Extractado
de “De cómo luchar contra la discriminación de los Mayores”
Por D. Enrique Gil
Calvo
I Semanario-Taller
Hartu-emanak
Abril 2004
Las oportunidades más
ventajosas para movilizar y desarrollar el empoderamiento de los mayores pasan
por explotar tácticamente los conflictos de derechos que afecten directa o
indirectamente a los intereses estratégicos de las personas mayores. El
empoderamiento auténtico ha de emerger desde abajo por propia iniciativa
espontánea, en lugar del empoderamiento desde arriba que patrocinan y
tutelan los poderes públicos.
El objetivo
prioritario es magnificar la cuestión de la edad tratando de elevarla desde los
últimos puestos de cola en que se halla relegada hasta el primer rango prioritario
de la agenda pública, colocándola así en el centro de todos los debates, en el
primer plano de la actualidad mediática y en la boca del escenario ciudadano. Hay
que tratar de hacer del problema de los mayores el mayor problema social. Así de
simple y así de claro, lo que no significa que sea fácil lograrlo.
Ante todo hay que
luchar contra la vigente definición tecnocrática de la realidad anciana, que
reduce la cuestión de la edad a un problema demográfico, económico y sanitario
de envejecimiento poblacional, a partir del vigente estigma de la vejez
peyorativamente descalificada como carga familiar y estatal. Esto equivale a la
cosificación de los mayores, reducidos al papel de ancianos-objeto a los que se
procesa como productos o mercancías que circulan por las cadenas burocráticas y
técnico-sanitarias en tanto que unidades contables siempre apuntadas en la
columna del debe en tanto que meros costes económicos y sociales. Pues
bien, ¡digamos no! Los mayores no son cosas ni objetos pacientes sino
personas y sujetos agentes, titulares de derechos. No constituyen un coste
humano (familiar y estatal) a amortizar sino un capital humano a reinvertir y
rentabilizar.

Para luchar contra
esta injusticia hay que llevar a cabo una poderosa campaña de denuncia que haga
blanco de todos sus ataques a la vigente discriminación de los mayores en razón
de su edad. Hay que denunciar el edadismo o racismo de la edad: es injusto, es
ilegal, es fascista, es inmoral. Y sin embargo persiste, pues continúa siendo
omnipresente. Las leyes ordinarias garantizan la no discriminación en razón de
la edad que es uno de nuestros principios constitucionales. Pero haberla,
hayla, pues todos consentimos y toleramos la evidente discriminación de la edad
que se produce ante nuestros ojos de forma explícita y manifiesta: despidos, jubilaciones,
relegaciones, segregaciones, exclusiones, reclusiones; y ello en todos los
ámbitos: laborales, profesionales, periodísticos, familiares, domésticos,
sanitarios, residenciales, urbanísticos, culturales... Mucho se habla de otras
exclusiones sociales que aparecen en primer plano, como sucede con la injusta
discriminación de las mujeres o de los inmigrantes. Pero nadie habla de la
exclusión y la discriminación de los mayores, y por tanto nadie la denuncia, por
lo que permanece latente e invisible sin que nadie actúe de oficio para luchar
contra ella. Por eso hace falta que de entre los propios mayores surja una
vanguardia de profetas airados como Moisés o Bautista, que proclamen su
denuncia profética exigiendo que se haga justicia poniendo fin a tanto escándalo.
En esta línea, un
procedimiento para desarrollar la lucha contra la discriminación de la edad es
exigir la imposición de un nuevo enfoque de edad en paralelo al ya
vigente enfoque de género. Este último concepto (el de ‘enfoque de
género’) designa el criterio transversal que hoy se exige a todas las políticas
públicas para que sean sometidas a un especial control evaluador que certifique
y garantice su pleno respeto al principio de igualdad de oportunidades entre
varones y mujeres, sin que haya margen para ninguna discriminación por razón de
sexo. Este enfoque de género, ya aceptado por todos los organismo
internacionales desde que se propuso en la Cumbre de Pekín, se ha convertido
finalmente en una vinculante directiva europea, que acaba de entrar en vigor
para la legislación española aunque todavía no se acaben de ver aplicados sus efectos
prácticos. En cualquier caso, este ‘enfoque de género’ ya forma parte desde hace
tiempo de los criterios políticamente correctos que obedece la opinión
pública, como una autocensura que ya figura en los manuales de estilo de la
prensa.
Pues bien, se trata de
exigir que, además de este ‘enfoque de género’, también se imponga por doquier
un nuevo ‘enfoque de edad’, que garantice tanto en la esfera pública como en la
privada el más estricto cumplimiento de la igualdad de oportunidades entre
todas las edades, sin resquicio alguno para que persista la todavía subyacente
discriminación de la edad. Esto
parece relativamente factible por procedimientos legales en las organizaciones formalizadas;
así, por ejemplo, nada de despidos forzosos ni jubilaciones obligatorias, nada
de presunciones de baja productividad atribuida a la edad, nada de expulsiones
de los centros sanitarios de las enfermedades crónicas... Pero resulta mucho
más difícil de lograr en los ámbitos informales, como el de la familia, el
tejido asociativo, la sociabilidad o cualquier otro que incluya libertad de elección.
¿Cómo luchar contra ese racismo de la edad que hace preferir a los jóvenes
relegando a los mayores...?
Como objetivo a largo
plazo, hay que tratar de imponer a la prensa, y por tanto a la opinión pública,
un criterio de corrección política (o autocensura) que excluya la
discriminación edadista (o racista de edades) y adopte un ‘enfoque de
edad’. Y en esta misma línea mimética respecto al modelo de género, también
convendría adoptar otras retóricas reivindicadas por el movimiento feminista,
con el que el de los mayores tiene tan clara afinidad electiva. Por ejemplo,
reivindicando cuotas paritarias con distribución proporcional de puestos o
cargos entre las diversas edades, para evitar así la discriminación en razón de
la edad. O
incluso demandando medidas de acción afirmativa o discriminación positiva, a
fin de proteger a los mayores excluidos mediante alguna clase de sobre representación
compensatoria.
Pero todas estas
demandas u otras análogas sólo pueden ser entendidas como auxiliares y
transitorias, pues el verdadero objetivo último no es tutelar y sobreproteger con
condescendiente paternalismo a los mayores sino al revés: lograr un cambio de
la opinión pública que permita valorar, respetar y admirar a los mayores por sí
mismos, en lugar de contemplarlos como menores de edades necesitados de tutela.
Ahora bien, esto no se podrá conseguir si los mayores no se hacen valer ante
los demás, lo que exige como condición a priori que aprendan antes a respetarse
a sí mismos en todo lo que valen. En suma, los mayores deben adquirir el propio
orgullo suficiente para ser capaces de elevar su propia voz, haciéndose
respetar por lo que son.
Elevar la propia voz
con orgullo de sí equivale a la ‘salida del armario’ (outing) de los homosexuales:
dejar de esconderse tras la máscara o el estigma de la vejez, armarse de valor,
salir al exterior, bajar a la palestra, entrar en la arena, dar la cara ante
los demás, tomar la palabra en público y decir a los cuatro vientos (con el
riesgo de no ser escuchado): aquí estoy yo, esto es lo que soy.
Para que los mayores
puedan elevar en común su propia voz colectiva, en demanda de dignidad y
respeto público, deben proceder antes a la creación de nuevas identidades y
narrativas vitales, capaces tanto de atribuir pleno sentido personal y humano a
su propia edad como de merecer la atención del público circundante. Lo cual
puede llevarse a cabo por diversos procedimientos, entre los que destacan los
círculos de lectura, los foros de debate, las prácticas autobiográficas, los
certámenes literarios, los happenings y performances, así como
todas las más diversas estrategias de intervención mediática capaces de afectar
a la opinión pública, según el emocionante ejemplo de la citada asociación para
la recuperación de la memoria histórica.
Así, poco a poco se
irá construyendo un nuevo lenguaje retórico, inherente al universo semántico de
las personas mayores, y capaz por ejemplo de rehabilitar el uso de términos
como ‘viejo’ y ‘vejez’. Pero esa creación de un discurso nuevo sólo será posible
si son los propios mayores quienes recuperan su voz y la elevan en público, tomando
la palabra ante los demás. Una tarea reservada a los profetas precursores, también
pioneros en este nuevo uso de las viejas palabras.