domingo, 23 de febrero de 2014

El envejecimiento. Reflexión personal



por María Alonso Trueba
alumna de 4º Educación social
en prácticas en Hartu-emanak

Las percepciones que unas personas tenemos acerca de otras juegan un papel importante en nuestra voluntad de acercarnos y mantener relaciones con otros. Se ha planteado mucho el tema de cómo son percibidas las personas mayores por el resto de miembros de la sociedad. Según estudios contrastados las personas mayores son percibidas por la sociedad, sobre todo, como molestas, inactivas, y tristes y dependientes. Esta visión contrasta con la que tienen las personas mayores de sí mismas: más divertidas, menos tristes y más activas de lo que los demás piensan. Lo preocupante de datos como estos es que muchas personas mayores tienden a comportarse en base a la imagen dominante de la sociedad que según mi punto de vista, otro motivo para impulsar relaciones intergeneracionales positivas, que mejoren la imagen que las generaciones más jóvenes tienen de las personas mayores.
Otro punto que quiero destacar son las relaciones abuelos-nietos, suelen ser positivas, y se ponen en marcha sobre la base del respeto y del cariño. La gran mayoría de las personas mayores se sienten bastante o muy satisfechas con su relación con los nietos; y, en el caso de actuar de cuidadores, prevalece la sensación de que cuidar a los nietos es más un placer que una obligación.
En cuanto al entorno creo que pretende adoptar una visión del envejecimiento como un proceso natural en la vida de las personas, una experiencia positiva, y no como un problema. Que requiere un cambio de las actitudes sociales, a partir de la superación de aquellos discursos que transmiten un concepto de persona mayor pobre, infantil y limitado. El objetivo que el contexto social persigue es conseguir la inclusión y participación activa en la sociedad del colectivo de personas mayores, en todas las esferas y dimensiones de la política, y en contra de una “exclusión por edad”.
El envejecimiento positivo tiene que ir más allá de la participación de las personas mayores en iniciativas solidarias. La incorporación de las personas mayores en otras dimensiones como fuente de participación social es necesaria para que se represente la realidad de las personas mayores y su aportación a la sociedad, centrándose no solo en el cuidado de los nietos ni en el bienestar social.

domingo, 16 de febrero de 2014

La Soledad


por Ismael Arnaiz Markaida
Hartu-emanak

Algunos aseguran que la vida es como un viaje en tren. Cuando nacemos nos subimos al tren e iniciamos el viaje de nuestra vida muy bien acompañados. Están con nosotros nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos. Durante el “viaje”, se van incorporando otras personas: amigos, compañeros de colegio, de trabajo. Algunos nos casamos y van llegando los hijos, luego los nietos. Durante mucho tiempo, en el compartimento del tren en el que viajamos, siempre hay gente. Gente que viaja a nuestro lado, con la que compartimos... la vida.
Pero llegan momentos en los que algunos de nuestros compañeros de viaje se van “apeando”. Terminan su viaje o aprovechan un “cambio de vía” para iniciar otro trayecto. Nos vamos quedando solos. Nos llega la SOLEDAD. Una soledad que puede ser deseada y bien gestionada, o que puede ser causa de tristeza, de fragilidad social, de desarraigo y de marginación. Esta es una reflexión que debemos hacer con seriedad y una situación que debemos prevenir con tiempo.
Siguiendo con la semejanza de la vida con un viaje en tren, se podría decir que debemos estar con la puerta de nuestro compartimento siempre abierta, permitiendo que entren nuevos compañeros de viaje. Debemos estar abiertos a nuevas relaciones y aceptar nuevos roles sociales que nos permitan seguir integrados con el resto de viajeros, siendo plenamente conscientes de que siempre necesitamos algo de los demás, y de que los demás también necesitan de nosotros. Y lo que es muy importante.... ¡que somos capaces de dárselo!
En caso contrario, la pérdida, la ausencia de las personas que nos venían acompañando a lo largo de la vida y el hecho de no sentirnos útiles ayudando a otros, serán algunas de las principales causas de que se apodere de nosotros un sentimiento de SOLEDAD, que, como decía antes, nos puede llevar a la tristeza, la fragilidad social, el desarraigo y la marginación, hasta el punto de que, según los expertos, la SOLEDAD es uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos las personas mayores.
Por eso, seguir cultivando relaciones de confianza con personas de la misma edad, e incluso de otras generaciones más jóvenes, es un reto más que debemos superar cuando llegamos “a ser mayores”, ya que las relaciones interpersonales impulsan la participación social y son un aspecto clave para el Envejecimiento Activo en sus dos dimensiones: Saludable para la persona que envejece y Rentable para la Sociedad en la que se envejece.

domingo, 9 de febrero de 2014

La Personas Mayores transmisores vivos de la historia



por Ismael Arnaiz Markaida
Hartu-emanak

A lo largo de la vida las personas vamos adquiriendo conocimiento y experiencias, lo que constituye nuestro “capital cultural”. En consecuencia, se puede afirmar que cuantos más años vivimos, más conocimiento y experiencia acumulamos. O sea, nuestro “capital cultural” es mayor, a medida que cumplimos años.
Por eso el hecho de que una Sociedad consiga aumentar la esperanza de vida de sus ciudadanos y ciudadanas, debe ser considerado un logro social, ya que ello permite, entre otras cosas, que el “capital cultural” de esa Sociedad aumente.
Por otra parte, una sociedad más longeva es, a la vez, una sociedad en la que las distintas generaciones tienen que convivir un mayor número de años. Esta consideración abre la puerta a nuevas formas de interacción entre las generaciones, a nivel familiar, comunitario y de toda la sociedad.
Estas dos realidades: una alta esperanza de vida como nunca ha existido y una coexistencia entre generaciones distintas, se dan en nuestra Sociedad. La cuestión está en ¿cómo podemos aprovecharlas para que, más allá de la simple yuxtaposición o coexistencia de las generaciones, se consiga un intercambio y transmisión de conocimientos y experiencias que sirvan para el enriquecimiento de todos?
Esta pregunta quedó contestada en la I Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento celebrada en Viena en 1982, al incluir entre sus conclusiones lo siguiente: Deben establecerse programas de educación en los que las personas mayores sean los maestros y transmisores de conocimientos, cultura y valores espirituales”.
Por tanto, las Personas Mayores tienen (tenemos) la obligación y la responsabilidad de ser “transmisores vivos de la historia”. Esa historia de la cual han (hemos) sido protagonistas. Esa historia que constituye, en todas las sociedades, lo que podemos llamar el “legado de nuestros mayores”.
Al resto de la Sociedad (Instituciones, Centros de enseñanza, Profesorado, etc.) le corresponde establecer los mecanismos que lo hagan posible, desde el  convencimiento de que las funciones educativas que el colectivo de Personas Mayores pueden desempeñar en la sociedad, están aún por re-descubrir
, y que las Personas Mayores son un potente recurso para rescatar del olvido, o bien impedir que se olvide, la historia de un pueblo: su lenguaje, los dichos populares, las actividades laborales y económicas, las costumbres sociales, los regímenes políticos vividos, los conflictos sufridos, es decir, todo aquello que constituye la vida cotidiana de un pueblo y sus gentes.

domingo, 2 de febrero de 2014

La última Bastilla. De cómo luchar contra la discriminación de los Mayores


Extractado de la ponencia de
D. Enrique Gil Calvo[1]
en el Seminario–Taller Hartu-emanak Abril de 2004,
El empoderamiento y la participación social
Una llamada desde las personas mayores a la sociedad
Como el título elegido podría llamar a engaño, parece conveniente comenzar por su pronta aclaración. Siendo la Toma de la Bastilla el rótulo histórico que se usa para identificar aquella violenta insurrección popular que determinó el triunfo definitivo de la Revolución Francesa, utilizar a la Bastilla como símbolo del empoderamiento de las personas mayores podría significar para la generalidad del gran público una de estas dos posibilidades, si es que no ambas a la vez. Puede entenderse, por un lado, que para lograr la emancipación de los mayores hace falta una revolución violenta, quizá protagonizada activamente por los propios mayores, y de la que muy difícilmente podrían resultar victoriosos, dada su evidente inferioridad en la vigente correlación de fuerzas que les enfrenta a las demás edades de adultos y en parte de jóvenes que hoy monopolizan el poder dominante en la sociedad. Pero también podría simbolizar, por otra parte, que la de los mayores fuera la última gran revolución que quedaría todavía pendiente, como si ya hubieran triunfado con éxito completo las demás revoluciones emancipatorias protagonizadas por el resto de sujetos históricos oprimidos: la clase obrera, las mujeres, las poblaciones periféricas explotadas por el colonialismo occidental, etc.
Bien, pues nada de eso. Es verdad que hace falta lograr la emancipación de los mayores, hoy discriminados y excluidos en función de su edad; y que si esto se consiguiera con éxito, sin duda representaría un cambio social de tal magnitud que deberíamos llamarlo revolucionario. Ahora bien, de ahí no se deduce que tal revolución tuviera que ser violenta. Antes al contrario, dado que toda revolución causa una injusta cosecha de víctimas, destacando entre éstas la gran proporción de mayores a quienes se hace víctimas de graves daños tanto en sus vidas como en sus bienes y haciendas; y dado también que las revoluciones violentas son protagonizadas por los jóvenes más fuertes que se suben al carro para apoderarse de ella; de todo ello se deduce que ninguna revolución violenta podrá liberar ni emancipar a las personas mayores. O sea que sólo podrá ser una revolución metafórica y figurada en el sentido de que ha de cursar de forma pacífica y radicalmente no violenta, que es el único modo de lograr que su protagonismo no sea expropiado por las edades más fuertes sino que sea ejercido con prioridad por las personas mayores y conducido además bajo su propio liderazgo. De no ser así, no habría verdadero empoderamiento de los mayores, empoderamiento que tampoco puede consistir en la toma violenta o revolucionaria del poder, como si hubiera que regresar a una imposible gerontocracia perdida y afortunadamente abolida para siempre, sino que ha de consistir en la asunción progresiva y por procedimientos escrupulosamente pacíficos y democráticos de lo que metafóricamente cabe llamar poder gris: abolición de la discriminación de las personas mayores y adquisición colectiva de la capacidad para adueñarse en común de su propio destino soberano.
Y por la otra parte, tampoco pretendo sugerir que la emancipación de los mayores sea la única causa de liberación que queda pendiente: ni tan siquiera la principal, seguramente. Por el contrario, además de las personas mayores, existen muchos otros colectivos sociales que necesitan ser primero liberados, luego emancipados y finalmente empoderados. En nuestro primer mundo del Norte, están las otras cuatro categorías que, junto con los mayores, constituyen las cinco emes (5M) a emancipar: menores (jóvenes socialmente excluidos), mujeres (segregadas y discriminadas), minorías (étnicas, religiosas, culturales o sexuales) y migrantes (expulsados de sus países de origen por causas políticas, sociales, culturales o económicas). Y además está toda la mayoría de la humanidad actual, residente en ese Sur empobrecido que con su océano de miseria y sumisión forzosas rodea nuestro archipiélago de riqueza y libertad. Pero con esto tampoco quiero decir que estas otras causas de liberación pendiente tengan prioridad sobre la causa de nuestros mayores. Al contrario, lo que sugiero es que tales causas son todas ellas tan legítimas como la de los mayores, y que por lo tanto podrían coordinarse entre sí de tal modo que formasen coaliciones de empoderamiento para que la liberación de cada colectivo fuese condición de posibilidad de la liberación de los demás.
Pero entonces, si no aludo a la toma revolucionaria del poder ni tampoco a la relegación de los mayores como último colectivo a emancipar, ¿por qué recurro a la metáfora de ‘la última bastilla’? Sobre todo, mi intención es aludir a la conveniencia, si es que no a la necesidad, de que toda persona se sienta moralmente obligada, cuando llega a la etapa final de su vida, a resistirse a la exclusión social de la que va a ser objeto, intentando sobreponerse a ella para tratar de conquistar y mantener contra viento y marea la mayor capacidad de autonomía personal y colectiva, como participante en la activa movilización de sus grupos de coetáneos. Se trata de tomar una Bastilla porque hay que luchar contra la discriminación y conquistar el derecho a ejercer la propia soberanía. Y se trata de una Bastilla última porque es la que se deja necesariamente pendiente para el final de la vida, una vez tomadas las demás Bastillas previas que se fueron asaltando en fases sucesivas a lo largo del itinerario biográfico de lucha por la vida. Pues, contra la tentación del retiro pasivo todavía dominante, cuando se acerca el final de la vida queda una última tarea pendiente a realizar de forma intransferible, que es envejecer con autoridad, respeto ajeno y propio orgullo, para de esa forma poder morir más tarde con dignidad.


[1] Catedrático de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid