Extractado de la
ponencia de
en el Seminario–Taller
Hartu-emanak Abril de 2004,
El empoderamiento y la
participación social
Una llamada desde las personas mayores a la sociedad
Como el título elegido podría
llamar a engaño, parece conveniente comenzar por su pronta aclaración. Siendo
la Toma de la Bastilla el rótulo histórico que se usa para identificar aquella
violenta insurrección popular que determinó el triunfo definitivo de la Revolución Francesa,
utilizar a la Bastilla como símbolo del empoderamiento de las personas mayores
podría significar para la generalidad del gran público una de estas dos
posibilidades, si es que no ambas a la vez. Puede entenderse, por un lado, que para
lograr la emancipación de los mayores hace falta una revolución violenta, quizá
protagonizada activamente por los propios mayores, y de la que muy difícilmente
podrían resultar victoriosos, dada su evidente inferioridad en la vigente
correlación de fuerzas que les enfrenta a las demás edades de adultos y en
parte de jóvenes que hoy monopolizan el poder dominante en la sociedad. Pero
también podría simbolizar, por otra parte, que la de los mayores fuera la
última gran revolución que quedaría todavía pendiente, como si ya hubieran
triunfado con éxito completo las demás revoluciones emancipatorias
protagonizadas por el resto de sujetos históricos oprimidos: la clase obrera,
las mujeres, las poblaciones periféricas explotadas por el colonialismo
occidental, etc.
Bien, pues nada de eso. Es verdad
que hace falta lograr la emancipación de los mayores, hoy discriminados y
excluidos en función de su edad; y que si esto se consiguiera con éxito, sin
duda representaría un cambio social de tal magnitud que deberíamos llamarlo
revolucionario. Ahora bien, de ahí no se deduce que tal revolución tuviera que
ser violenta. Antes al contrario, dado que toda revolución causa una injusta
cosecha de víctimas, destacando entre éstas la gran proporción de mayores a
quienes se hace víctimas de graves daños tanto en sus vidas como en sus bienes
y haciendas; y dado también que las revoluciones violentas son protagonizadas
por los jóvenes más fuertes que se suben al carro para apoderarse de ella; de
todo ello se deduce que ninguna revolución violenta podrá liberar ni emancipar
a las personas mayores. O sea que sólo podrá ser una revolución metafórica y
figurada en el sentido de que ha de cursar de forma pacífica y radicalmente no
violenta, que es el único modo de lograr que su protagonismo no sea expropiado
por las edades más fuertes sino que sea ejercido con prioridad por las personas
mayores y conducido además bajo su propio liderazgo. De no ser así, no habría
verdadero empoderamiento de los mayores, empoderamiento que tampoco puede
consistir en la toma violenta o revolucionaria del poder, como si hubiera que
regresar a una imposible gerontocracia perdida y afortunadamente abolida para
siempre, sino que ha de consistir en la asunción progresiva y por procedimientos
escrupulosamente pacíficos y democráticos de lo que metafóricamente cabe llamar
poder gris: abolición de la discriminación de las personas
mayores y adquisición colectiva de la capacidad para adueñarse en común de su
propio destino soberano.
Y por la otra parte, tampoco
pretendo sugerir que la emancipación de los mayores sea la única causa de
liberación que queda pendiente: ni tan siquiera la principal, seguramente. Por
el contrario, además de las personas mayores, existen muchos otros colectivos
sociales que necesitan ser primero liberados, luego emancipados y finalmente
empoderados. En nuestro primer mundo del Norte, están las otras cuatro
categorías que, junto con los mayores, constituyen las cinco emes (5M) a
emancipar: menores (jóvenes socialmente excluidos), mujeres (segregadas y
discriminadas), minorías (étnicas, religiosas, culturales o sexuales) y
migrantes (expulsados de sus países de origen por causas políticas, sociales,
culturales o económicas). Y además está toda la mayoría de la humanidad actual,
residente en ese Sur empobrecido que con su océano de miseria y sumisión
forzosas rodea nuestro archipiélago de riqueza y libertad. Pero con esto
tampoco quiero decir que estas otras causas de liberación pendiente tengan
prioridad sobre la causa de nuestros mayores. Al contrario, lo que sugiero es
que tales causas son todas ellas tan legítimas como la de los mayores, y que
por lo tanto podrían coordinarse entre sí de tal modo que formasen coaliciones
de empoderamiento para que la liberación de cada colectivo fuese condición de
posibilidad de la liberación de los demás.
Pero entonces, si no aludo a la
toma revolucionaria del poder ni tampoco a la relegación de los mayores como
último colectivo a emancipar, ¿por qué recurro a la metáfora de ‘la última bastilla’?
Sobre todo, mi intención es aludir a la conveniencia, si es que no a la
necesidad, de que toda persona se sienta moralmente obligada, cuando llega a la
etapa final de su vida, a resistirse a la exclusión social de la que va
a ser objeto, intentando sobreponerse a ella para tratar de conquistar y
mantener contra viento y marea la mayor capacidad de autonomía personal y
colectiva, como participante en la activa movilización de sus grupos de
coetáneos. Se trata de tomar una Bastilla porque hay que luchar contra la
discriminación y conquistar el derecho a ejercer la propia soberanía. Y se
trata de una Bastilla última porque es la que se deja necesariamente pendiente
para el final de la vida, una vez tomadas las demás Bastillas previas que se
fueron asaltando en fases sucesivas a lo largo del itinerario biográfico de
lucha por la vida. Pues,
contra la tentación del retiro pasivo todavía dominante, cuando se acerca el
final de la vida queda una última tarea pendiente a realizar de forma
intransferible, que es envejecer con autoridad, respeto ajeno y propio orgullo,
para de esa forma poder morir más tarde con dignidad.