Alabanza a la Madurez
Un exhorto para disfrutar de los
mejores años de nuestra existencia
Francisco Arámburo Salas
¡Adiós a la Juventud!
Indudablemente la juventud es una
edad dorada y recordada
siempre con nostalgia. Es una breve época inolvidable, romántica, vibrante,
emotiva y feliz.
Es una dichosa etapa creadora y
vigorosa en la cual todo es fresco y novedoso, como una vaporosa
nube en el firmamento con destellos de color de rosa. PERO....
...hay que reconocer que esa misma juventud
tan alabada, tan cantada y suspirada, es también una época llena de luchas, de
preocupaciones, de negros nubarrones, muchas veces de privaciones y nunca exenta de incertidumbres, celos, zozobras,
competencias, temores, rivalidades y ansiedades.
Es como una
regata en la cual hay que estar compitiendo constantemente para lograr un
ansiado trofeo.
El gran cambio
Afortunadamente tanto en la
naturaleza como en los seres humanos, “después de la tempestad viene la calma.”
Y quizá lo mejor de la juventud... es que ya pasó. Es como
una hoja que lleva suavemente la corriente
Lo cierto es que sin saber cuándo,
ni poder definir con exactitud una edad determinada (para unos antes y para
otros después), en cierto punto impreciso de la vida llega ese lapso en que todo
aminora su marcha y se detiene, posándose suavemente, sin prisas, dentro de
nosotros mismos.
El cauce se transforma en una
corriente de paz que se mueve lentamente, casi sin sentirlo,
hacia esa infinita grandeza, profunda e inconmensurable, que es el final de todos los viajes y adonde van a parar todos los ríos: el
mar
Esta etapa, queridos amigos, es la
MADUREZ. ¡Pues que sea bienvenida!
Veamos: la madurez no es exactamente el mediodía de la
vida, ni la tarde, ni la noche. Más bien yo diría que es ese impreciso momento
que llega sigiloso con las primeras horas del día, abarcando esos instantes
brumosos y volátiles que se disuelven poco a poco al ser tocados por los
emergentes rayos del sol: LA MADRUGADA
Y algo extraordinario: Ahora no nos inquietan las modas ni
los cambios que experimentan las nuevas generaciones, ni nos mortifican
ni afectan las nuevas corrientes o costumbres, pues nosotros no estamos obligados a
cambiar ni a iniciar nuevas modalidades.
Nuestra edad es ya ssuficiente justificación para
mantenernos al margen, aunque sin desentendernos de lo básico y lo esencial.
Nosotros, mal
que bien, por lo menos llegamos a la recta final. Y eso está como para
celebrarlo. ¡Ya la hicimos!
Al llegar la madurez cesan las dudas
y las incertidumbres. Ya no es necesario hacer tareas ni desvelarse estudiando,
correr tras el autobús por las mañanas,
presentar agobiantes exámenes, pasear a la novia o preocuparse por conseguir
empleo.
Definitivamente lo que íbamos a ser,
ya lo somos. Y lo que no íbamos a ser, ya no lo fuimos… ni lo seremos. No a estas alturas. De eso no hay
duda. ¿Entonces para qué preocuparnos?
Para los que “cruzamos la frontera”
y estamos al otro lado, colocados sobre esta amplia, tranquila y bien ventilada
terraza, ya no hay carreras, nerviosismos, competencias, prisas, luchas ni
duelos a muerte. Nuestro sitio está en el palco, no en el ruedo. O por lo
menos, detrás de la barrera.
La edad de los impulsos arrebatados,
pues, ya ha terminado. Atrás quedaron angustias, zozobras, indecisiones y dudas.
¡Y qué bueno! Si esta es la madurez... pues bienvenida madurez.
HOY es aquel
futuro del cual estábamos tan temerosos AYER. Y ya ven, todo salió bien. Después
de todo... ¡aquí estamos!
La conclusión entonces es que, como
en la madurez ya no hacemos planes a largo plazo (ni debemos), es necesario que
se empiecen a ver YA los resultados de todo aquello para lo que
antes trabajamos, planeamos, ahorramos y nos preparamos a lo largo de la vida.
Ya no hay que seguir posponiendo más
las cosas, ni hacer planes inalcanzables “para el futuro”, pues para nosotros,
óiganlo bien...El futuro ya está aquí
¡El tiempo apremia!
De manera que ya no esperen más.
Mientras gocen de relativa buena salud y puedan moverse fácilmente todavía;
mientras puedan comer y beber de todo y disfrutar de los atractivos de la vida,
aprovéchenlos. Abran ya sus botellas de coñac francés y usen sus vajillas de
Bavaria y sus cubiertos de plata, pues ¿para cuándo los están guardando? Podría
meterse un ladrón y vaciarles la casa, ¿y de qué les sirvió haber guardado todo
por tanto tiempo? Que no tengamos que decir después “Qué
temprano se nos hizo tarde”
Tampoco esperen ya ningún mañana brillante y glorioso, singular y perfecto. Si
iban a comprarse “algún día” una lancha, una moto, una autocaravana,
una cámara digital, una computadora, y pueden hacerlo (y les gusta), ¡pues
cómprensela ya! Este es
el momento preciso, no pierdan tiempo.
Y si estuvieron haciendo planes toda
la vida para realizar algún viaje a Europa, a las Cataratas del Iguazú, a Hawaii,
a Alaska, a China o a
la Patagonia, pues antes de que otra
cosa suceda, como una devaluación, una operación repentina o un infarto... ¡VÁYANSE
YA! ¿Qué esperan?
En lo personal, y por lo que a mi
respecta, ciertamente descubrir el arribo de la madurez me ha fascinado y me
llena de gozo. Estoy gratamente impresionado. ¡Nunca imaginé que fuera así!
Con inusitado asombro descubro día a
día nuevas sorpresas y satisfacciones que nunca soñé que existieran. Al
sentirnos en paz con los demás y con nosotros mismos, recordamos la sabia reflexión de Amado Nervo,
quien lo resumió así:
“Vida: nada me debes.
Vida: nada te debo.
Vida: estamos en paz.”