Por Vicenç Navarro
Publicado en Publico.es
5
diciembre 2013
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu
Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
España es el país, de los muchos en los que he vivido en mi
vida –Suecia, Gran Bretaña, EEUU y España-, donde hay más discriminación en
contra de los ancianos, y donde hay menos conciencia generalizada de la
existencia de dicha discriminación. Está ocurriendo con los ancianos una
situación semejante a la que ha venido ocurriendo con la discriminación de las
mujeres, discriminación que continúa existiendo pero que, por fin, se admite
que existe. Con los ancianos existe, pero todavía no se percibe o reconoce como
discriminación.
Como ocurre en el caso de la mujer, tal discriminación
permanecía oculta bajo el caparazón de la caballerosidad, en que siempre
se prestaba especial atención en la cultura latina a las mujeres. Se las dejaba
pasar abriéndoles la puerta, y los caballeros se quitaban el sombrero para
saludarlas. Las buenas maneras caballerescas eran siempre indicador del
supuesto trato diferencial y deferencial hacia la mujer, en teoría, el centro
de atención, atención caballeresca detrás de la cual existía y continúa
existiendo una brutal discriminación.
Algo semejante ocurre con los ancianos, a los que se trata,
en teoría, con gran amabilidad. En realidad, el término ampliamente utilizado
para definir a los ancianos es el de abuelos, que da la impresión de
estima y cordialidad. Llamar a una persona anciana
desconocida con el nombre de abuelo es, sin embargo, un término ofensivo
y condescendiente en extremo cuando es utilizado por personas que no tienen
ningún parentesco con el anciano. Cuando mi nieto me llama abuelo me gusta.
Cuando una persona desconocida en la calle me llama abuelo, me molesta. Siempre
recordaré a mi padre, una persona muy representativa de la generación de
republicanos que perdieron la guerra, que siempre mantuvo su gran dignidad y el
orgullo de su pasado, que cuando alguien desconocido le llamaba abuelo, le
contestaba “Mire usted, yo no soy su abuelo ni deseo serlo. Llámeme Sr. o Don Vicente”. Esto es lo que me pasa a mí y a millones
de ancianos en este país. Y ya no digamos cuando se refieren a los ancianos
como viejos, lo cual todavía se utiliza ampliamente como insulto, como puede el
lector atestiguar leyendo algunos comentarios hostiles a mis artículos que
aparecen en los diarios digitales en los que publico.
Es fácil ver la discriminación hacia los ancianos
diariamente. Pequeños detalles saltan aquí y allá. Y como ocurre con todas las
discriminaciones, los que discriminan, en su gran mayoría, ni se dan cuenta de
ello, pues reproducen una cultura que es altamente discriminatoria. En
realidad, los ancianos raramente aparecen en los medios de mayor difusión en
los países latinos. Siempre recordaré que una de las cosas que me impresionó
más favorablemente cuando viví en Suecia (siendo yo joven) fue ver que la
periodista que daba las noticias en la televisión pública de mayor difusión era
una mujer de avanzada edad. Nunca lo había visto ni lo he visto en España. En
los países latinos, en general, los presentadores son jóvenes, y si son mujeres
(reflejando el machismo de la sociedad) tienen que llevar un escote muy amplio.
Y raramente se ven películas o programas de televisión que se centren en
personajes ancianos. Los ancianos están ya marginados, esperando que se vayan,
y algunos incluso les empujarían para que lo hicieran lo antes posible. Como
dijo un ministro de Economía y Finanzas del gobierno japonés, “el deber
patriótico de los viejos es que se mueran cuando les corresponda” (es decir, lo
más pronto posible). Muchos economistas neoliberales lo piensan, pero no lo dicen.
¿Lucha de generaciones o lucha de clases?
Esta manera de ver a los ancianos ha alcanzado su expresión
máxima en la discusión sobre las pensiones, que se ha caracterizado
precisamente por esta discriminación. Se presenta constantemente la imagen de
que la sociedad no podrá pagar las pensiones, pues hay demasiados ancianos y
muy pocos jóvenes. Esta aseveración ha alcanzado el nivel de dogma. No se
aclara por qué, si la sociedad es cada vez más rica, no puede pagar las
pensiones de aquellos que han creado la riqueza. En todos los países de la OCDE, el PIB
per capita ha crecido más rápidamente que el porcentaje de la población anciana o el alargamiento de la esperanza de vida. Ello
no es obstáculo para que los establishments financiero, económico, político y
mediático españoles estén, cada vez más, subrayando que la sociedad se gasta
demasiado en los ancianos y muy poco en los jóvenes. La última versión es la del Profesor Antón
Costas que, en su columna semanal en
El País, indicó este pasado domingo (01.12.13) que España se gasta
demasiado en pensiones y muy poco en jóvenes. En otras palabras, el mensaje que
se transmite es que los ancianos viven mejor a costa de que los jóvenes vivan
peor. La explotación de clase ha sido, así, sustituida por la explotación de
unos grupos etarios –los ancianos- sobre otros –los jóvenes-.
Los datos muestran, sin embargo, la falta de credibilidad
de esta postura. España se gasta mucho menos en pensiones de vejez (6,9% del
PIB) que el promedio de la UE-15 (el grupo de países de la UE de semejante
nivel de desarrollo económico al español, 9,7% del PIB) y menos de lo que se
tendría que gastar por el nivel de desarrollo que tiene. Y, mira por dónde,
todos los países que se gastan poco en los ancianos se gastan también poco en
los jóvenes. El gasto de educación en España (que beneficia sobre todos a los
más jóvenes) es también de los más bajos de la UE-15 (4,97% del PIB versus
6,14% en la UE-15). El problema no es, pues, que se gaste poco en los jóvenes
porque se gasta demasiado en los ancianos, sino que el Estado se gasta muy
poco, tanto en las transferencias públicas (como las pensiones) como en los
servicios públicos (como educación) del Estado del Bienestar. Y ello como
resultado de que el Estado recauda menos ingresos de lo que debería recaudar
por el nivel de riqueza que tiene (los ingresos al Estado representan sólo un
31% del PIB. El promedio en la UE-15 es un 44%). España es el país que tiene un
Estado más pobre, y ello a pesar de que su PIB per cápita (que mide la riqueza
del país) es ya casi el promedio de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea.
La causa de que el Estado (incluyendo sus comunidades
autónomas) ingrese tan poco no es porque la gente que trabaja, la mayoría de la
población adulta, no pague impuestos. En realidad, la gente que está en nómina
ya paga cantidades y porcentajes semejantes al resto de la UE-15. El problema no es
la mayoría, sino la minoría de gente súper rica (que deriva sus ingresos del
capital) y rica, que apenas pagan impuestos. Las grandes fortunas, las grandes
empresas y la banca pagan mucho, mucho menos de lo que usted y yo pagamos. Y
ahí está el problema. Es lo que se llamaba antes “la lucha de clases”, que
aquella minoría súper rica y rica (el 10% de la población) gana diariamente, término que ya no se utiliza en los
medios de información (que aquella minoría controla) por considerarse un
término anticuado, sustituido ahora por un término y concepto más “moderno”, la
lucha de generaciones. ¿Lo entiende? Ni que decir tiene, este artículo no se
aprobaría para su publicación en ninguno de los medios de mayor difusión,
mostrando la falta de credibilidad democrática que tienen los mayores medios de
información en nuestro país. Ruego al lector que lo distribuya lo más
ampliamente posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario