I Jornadas Hartu-Emanak
Sensibilización
para una acción social
transformadora de y con las personas mayores
Noviembre de 2003
Se
pretende reivindicar el papel que tienen las personas mayores en la sociedad
actual desde el análisis de sus potencialidades.
Introducción
Hemos
crecido y nos hemos socializado en un modelo de sociedad, la sociedad
industrial, que ya no existe. En este nuevo marco social, nos encontramos hoy
ante el reto y el sueño de transformarnos y al mismo tiempo que nos
transformamos, transformar también la propia sociedad. Dentro de esta nueva
sociedad de la información, uno de los retos que se nos plantean, no sólo para
dar sentido a nuestra participación social y a nuestro aprendizaje permanente,
sino también para que las demás personas que no son mayores entiendan todo
esto, es superar las discriminaciones que a veces aparecen por razón de edad.
Inteligencia
cultural
En la
sociedad industrial se consideraba que nuestra capacidad para aprender iba
aumentando progresivamente desde que nacíamos hasta los dieciocho o veinte años
y que luego nuestra inteligencia iba decreciendo con la edad. Era entonces muy
frecuente escuchar frases como las siguientes en boca de personas de sesenta u
ochenta años: “es que ahora ya no me funciona la cabeza como antes”, “a mi
edad, ¿qué voy yo a aprender ya?” o “si hubiera aprendido eso de pequeño o de
pequeña...”. De esa forma, estas personas estaban reflejando, en sus vidas
cotidianas y en su concepto de si mismas, lo que el falso conocimiento
científico de la época decía sobre nuestra inteligencia. Incluso se elaboraron
curvas mostrando e intentando justificar esta tendencia decreciente de la
inteligencia con los años. Estos gráficos se enseñaban después a los y las
profesionales que trabajaban con las personas adultas, de manera que también
ellos y ellas se convencían de que las personas, a los diez años o quince años,
teníamos más capacidad de aprender que en la edad adulta. Entre los autores que
desarrollaron estos estudios y teorías, según los cuales la inteligencia
parecía que sólo evolucionaba en la infancia y en la adolescencia, cabe
destacar a Piaget (Inhelder y Piaget, 1955) y Wechsler (1973).
Por
suerte, ya hace muchos años que diferentes investigaciones han demostrado que
las personas no seguimos este proceso (Vygostki 1979; Luria 1980; Cattel, 1971;
Cole y Scribner, 1977; Gardner, 1983). Al contrario, si participamos en una
actividad social adecuada que nos reporte interacciones positivas tanto en lo
social como en lo educativo, nuestra capacidad de aprendizaje aumenta a lo
largo de toda la vida. Por
lo tanto, desde el estudio científico actual de la inteligencia, no se puede
decir que a los sesenta u ochenta años las personas tengan menos capacidad de
aprender que la que tenían a los diez o a los veinte. Otra cosa es que no estén
motivados o motivadas para aprender las mismas cosas o, sobre todo, que no
estén motivados o motivadas para aprenderlas de la misma manera.
En este
sentido, actualmente podemos acudir a multitud de autores, autoras y grupos de
investigación cuyos trabajos sustentan la noción de inteligencia cultural,
que ha sido desarrollada por CREA (1995-1998). Este concepto supone un enorme
paso adelante respecto a las perspectivas de Piaget o Wechsler, que solamente completaban
la dimensión académica de la inteligencia, puesto que incluye tanto las
habilidades adquiridas en contextos académicos como las adquiridas en la
práctica cotidiana de las personas. De este modo, la inteligencia depende de
muchos elementos diferentes. En primer lugar, depende de lo que hemos aprendido
en cursos diversos, ya no sólo dentro del sistema educativo formal, sino en
cursos de formación ocupacional u orientados en cualquier otra dirección. En
segundo lugar, depende de lo que hemos aprendido a través de nuestra práctica
diaria, en un centro de trabajo, cuidando de las necesidades familiares,
tratando los problemas de salud de la familia u otras cuestiones semejantes.
Ocupándonos de nuestro día a día hemos aprendido cosas que no se aprenden en
cursos y cuyo bagaje va aumentando a medida que nos hacemos mayores. En tercer
lugar, la inteligencia depende de lo que aprendemos cada día hablando con los y
las demás. Por ejemplo, mediante la participación en diferentes asociaciones o
en colectivos, establecemos interacciones con otras personas, hablamos y
aprendemos. Estos procesos generan también enormes posibilidades para el
aprendizaje.
Como
consecuencia de todo ello, el caudal de conocimientos y de capacidad de
aprender que tenemos a los sesenta u ochenta años es muy superior al que
podíamos tener a los diez o a los veinte, cuando tenemos mucha menos
experiencia. Prácticas como las tertulias literarias dialógicas, que se están
desarrollando en el País Vasco y también en otros lugares de España y el mundo,
son una clara muestra de esa capacidad de aprendizaje. En ellas, aunque también
toman parte personas de todas las edades, la mayor parte de participantes son
personas mayores que en muchos casos tuvieron que dejar la escuela o ni siquiera
pudieron acudir en su día y que hoy están leyendo, discutiendo y comentando
libros de García Lorca, Safo de Lesbos, James Joyce, Cervantes... Autores que
incluso en la misma universidad ni los estudiantes ni el profesorado
acostumbramos ya a leer. Es decir, que personas que antes se consideraba que no
tenían tanta capacidad de aprendizaje están hoy leyendo obras que resultan
demasiado difíciles para quienes se supone que tienen más capacidad
intelectual, que además por lo general son más jóvenes, y que están en la
universidad.
El
desarrollo de esta experiencia se construye precisamente sobre la base del
diálogo. Sólo comentando en grupo lo que cada persona lee en un libro, se
promueve el establecimiento de relaciones entre la ficción y la propia vida,
con todo el caudal de conocimientos que las personas desarrollamos a lo largo
de ella. De esta manera, se logra un aprendizaje de mayor nivel que el que se
podría lograr a veces con personas de diez o de quince años.
Catedrático de Sociología y Director de CREA (Centro de Investigación
Educativa y Social) de la Universidad de Barcelona, miembro de la Red Democrática de
Educación de Personas Adultas