Dña.
Sacramento Pinazo Hernandis
Mitos y realidades de las personas mayores
V jornadas Hartu-emanak
Noviembre 2005
Existe un enorme
caudal de ayuda (sin contraprestación económica) que las personas mayores dan diariamente,
y que es muy importante para la vida social y comunitaria. Y hacemos
referencia, por ejemplo, al cuidado de los enfermos, a la ayuda en la crianza
de los nietos, al mantenimiento de los jóvenes no-emancipados- todavía y cuya
salida del hogar familiar cada vez se retrasa más y más, a la participación en
actividades voluntarias…
¿Viejos, ancianos,
tercera edad, mayores, jubilados? En cuanto a la terminología parece más
conveniente utilizar unos términos que otros. Por ejemplo, el término ‘viejos’
tiene un carácter claramente peyorativo, de desgaste e inutilidad. El término ‘anciano’
podría ser adecuado pues se refiere a un período de la existencia humana que viene detrás de la infancia, la adolescencia
y la madurez. El
eufemístico término ‘tercera edad’ ha tenido bastante aceptación pero es de
difícil explicación ya que no existe una primera ni una segunda edad. ¿Cuál es,
entonces, el calificativo más apropiado para referirse a los mayores de 65
años? Tanto para las personas de 65 ó más años como para los que se encuentran
entre 18 y 64 años el término preferido es el de ‘mayores’, mientras que el
término menos apropiado para ambos grupos es el de ‘viejos’.
El concepto
‘jubilación’ que marca la barrera entre los menores y los mayores de 65 años
únicamente representa una marca jurídica, socialmente establecida, aunque es
evidente que no todo el mundo abandona el mercado laboral a esa edad (en muchos
casos la decisión ni siquiera depende de uno), y, además, hay muchas personas
que nunca se jubilan porque nunca se insertaron profesionalmente, las amas de
casa, por ejemplo.
La ‘tasa de
dependencia’, por citar otro ejemplo, que no es más que un valor, una manera de
cuantificar ‘el peso económico’ de la población no activa (y que, además,
engloba a los menores de 16 años y los mayores de 65 años, y a todos aquellos
discapacitados de cualquier grupo de edad que perciben pensiones) conlleva
lecturas fatalistas del envejecimiento poblacional. Según ésta se etiqueta de
dependiente a todo aquel que no trabaja (aunque a menudo se olviden todos sus
años de cotización laboral a la Seguridad Social), convirtiendo en un fracaso
estatal lo que más bien es un éxito poblacional: el que cada vez haya más gente
que sobreviva hasta edades muy longevas.
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