domingo, 29 de diciembre de 2013

¿Mayores inactivos? ¿mayores improductivos?



Dña. Sacramento Pinazo Hernandis
Mitos y realidades de las personas mayores
V jornadas Hartu-emanak
Noviembre 2005

Existe un enorme caudal de ayuda (sin contraprestación económica) que las personas mayores dan diariamente, y que es muy importante para la vida social y comunitaria. Y hacemos referencia, por ejemplo, al cuidado de los enfermos, a la ayuda en la crianza de los nietos, al mantenimiento de los jóvenes no-emancipados- todavía y cuya salida del hogar familiar cada vez se retrasa más y más, a la participación en actividades voluntarias…
¿Viejos, ancianos, tercera edad, mayores, jubilados? En cuanto a la terminología parece más conveniente utilizar unos términos que otros. Por ejemplo, el término ‘viejos’ tiene un carácter claramente peyorativo, de desgaste e inutilidad. El término ‘anciano’ podría ser adecuado pues se refiere a un período de la existencia humana que viene detrás de la infancia, la adolescencia y la madurez. El eufemístico término ‘tercera edad’ ha tenido bastante aceptación pero es de difícil explicación ya que no existe una primera ni una segunda edad. ¿Cuál es, entonces, el calificativo más apropiado para referirse a los mayores de 65 años? Tanto para las personas de 65 ó más años como para los que se encuentran entre 18 y 64 años el término preferido es el de ‘mayores’, mientras que el término menos apropiado para ambos grupos es el de ‘viejos’.
El concepto ‘jubilación’ que marca la barrera entre los menores y los mayores de 65 años únicamente representa una marca jurídica, socialmente establecida, aunque es evidente que no todo el mundo abandona el mercado laboral a esa edad (en muchos casos la decisión ni siquiera depende de uno), y, además, hay muchas personas que nunca se jubilan porque nunca se insertaron profesionalmente, las amas de casa, por ejemplo.
La ‘tasa de dependencia’, por citar otro ejemplo, que no es más que un valor, una manera de cuantificar ‘el peso económico’ de la población no activa (y que, además, engloba a los menores de 16 años y los mayores de 65 años, y a todos aquellos discapacitados de cualquier grupo de edad que perciben pensiones) conlleva lecturas fatalistas del envejecimiento poblacional. Según ésta se etiqueta de dependiente a todo aquel que no trabaja (aunque a menudo se olviden todos sus años de cotización laboral a la Seguridad Social), convirtiendo en un fracaso estatal lo que más bien es un éxito poblacional: el que cada vez haya más gente que sobreviva hasta edades muy longevas.

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