viernes, 8 de noviembre de 2013

Empoderamiento y participación social


Extractado de “De cómo luchar contra la discriminación de los Mayores”
Por D. Enrique Gil Calvo
I Semanario-Taller Hartu-emanak
Abril 2004

Las oportunidades más ventajosas para movilizar y desarrollar el empoderamiento de los mayores pasan por explotar tácticamente los conflictos de derechos que afecten directa o indirectamente a los intereses estratégicos de las personas mayores. El empoderamiento auténtico ha de emerger desde abajo por propia iniciativa espontánea, en lugar del empoderamiento desde arriba que patrocinan y tutelan los poderes públicos.
El objetivo prioritario es magnificar la cuestión de la edad tratando de elevarla desde los últimos puestos de cola en que se halla relegada hasta el primer rango prioritario de la agenda pública, colocándola así en el centro de todos los debates, en el primer plano de la actualidad mediática y en la boca del escenario ciudadano. Hay que tratar de hacer del problema de los mayores el mayor problema social. Así de simple y así de claro, lo que no significa que sea fácil lograrlo.
Ante todo hay que luchar contra la vigente definición tecnocrática de la realidad anciana, que reduce la cuestión de la edad a un problema demográfico, económico y sanitario de envejecimiento poblacional, a partir del vigente estigma de la vejez peyorativamente descalificada como carga familiar y estatal. Esto equivale a la cosificación de los mayores, reducidos al papel de ancianos-objeto a los que se procesa como productos o mercancías que circulan por las cadenas burocráticas y técnico-sanitarias en tanto que unidades contables siempre apuntadas en la columna del debe en tanto que meros costes económicos y sociales. Pues bien, ¡digamos no! Los mayores no son cosas ni objetos pacientes sino personas y sujetos agentes, titulares de derechos. No constituyen un coste humano (familiar y estatal) a amortizar sino un capital humano a reinvertir y rentabilizar.
Para luchar contra esta injusticia hay que llevar a cabo una poderosa campaña de denuncia que haga blanco de todos sus ataques a la vigente discriminación de los mayores en razón de su edad. Hay que denunciar el edadismo o racismo de la edad: es injusto, es ilegal, es fascista, es inmoral. Y sin embargo persiste, pues continúa siendo omnipresente. Las leyes ordinarias garantizan la no discriminación en razón de la edad que es uno de nuestros principios constitucionales. Pero haberla, hayla, pues todos consentimos y toleramos la evidente discriminación de la edad que se produce ante nuestros ojos de forma explícita y manifiesta: despidos, jubilaciones, relegaciones, segregaciones, exclusiones, reclusiones; y ello en todos los ámbitos: laborales, profesionales, periodísticos, familiares, domésticos, sanitarios, residenciales, urbanísticos, culturales... Mucho se habla de otras exclusiones sociales que aparecen en primer plano, como sucede con la injusta discriminación de las mujeres o de los inmigrantes. Pero nadie habla de la exclusión y la discriminación de los mayores, y por tanto nadie la denuncia, por lo que permanece latente e invisible sin que nadie actúe de oficio para luchar contra ella. Por eso hace falta que de entre los propios mayores surja una vanguardia de profetas airados como Moisés o Bautista, que proclamen su denuncia profética exigiendo que se haga justicia poniendo fin a tanto escándalo.
En esta línea, un procedimiento para desarrollar la lucha contra la discriminación de la edad es exigir la imposición de un nuevo enfoque de edad en paralelo al ya vigente enfoque de género. Este último concepto (el de ‘enfoque de género’) designa el criterio transversal que hoy se exige a todas las políticas públicas para que sean sometidas a un especial control evaluador que certifique y garantice su pleno respeto al principio de igualdad de oportunidades entre varones y mujeres, sin que haya margen para ninguna discriminación por razón de sexo. Este enfoque de género, ya aceptado por todos los organismo internacionales desde que se propuso en la Cumbre de Pekín, se ha convertido finalmente en una vinculante directiva europea, que acaba de entrar en vigor para la legislación española aunque todavía no se acaben de ver aplicados sus efectos prácticos. En cualquier caso, este ‘enfoque de género’ ya forma parte desde hace tiempo de los criterios políticamente correctos que obedece la opinión pública, como una autocensura que ya figura en los manuales de estilo de la prensa.
Pues bien, se trata de exigir que, además de este ‘enfoque de género’, también se imponga por doquier un nuevo ‘enfoque de edad’, que garantice tanto en la esfera pública como en la privada el más estricto cumplimiento de la igualdad de oportunidades entre todas las edades, sin resquicio alguno para que persista la todavía subyacente discriminación de la edad. Esto parece relativamente factible por procedimientos legales en las organizaciones formalizadas; así, por ejemplo, nada de despidos forzosos ni jubilaciones obligatorias, nada de presunciones de baja productividad atribuida a la edad, nada de expulsiones de los centros sanitarios de las enfermedades crónicas... Pero resulta mucho más difícil de lograr en los ámbitos informales, como el de la familia, el tejido asociativo, la sociabilidad o cualquier otro que incluya libertad de elección. ¿Cómo luchar contra ese racismo de la edad que hace preferir a los jóvenes relegando a los mayores...?
Como objetivo a largo plazo, hay que tratar de imponer a la prensa, y por tanto a la opinión pública, un criterio de corrección política (o autocensura) que excluya la discriminación edadista (o racista de edades) y adopte un ‘enfoque de edad’. Y en esta misma línea mimética respecto al modelo de género, también convendría adoptar otras retóricas reivindicadas por el movimiento feminista, con el que el de los mayores tiene tan clara afinidad electiva. Por ejemplo, reivindicando cuotas paritarias con distribución proporcional de puestos o cargos entre las diversas edades, para evitar así la discriminación en razón de la edad. O incluso demandando medidas de acción afirmativa o discriminación positiva, a fin de proteger a los mayores excluidos mediante alguna clase de sobre representación compensatoria.
Pero todas estas demandas u otras análogas sólo pueden ser entendidas como auxiliares y transitorias, pues el verdadero objetivo último no es tutelar y sobreproteger con condescendiente paternalismo a los mayores sino al revés: lograr un cambio de la opinión pública que permita valorar, respetar y admirar a los mayores por sí mismos, en lugar de contemplarlos como menores de edades necesitados de tutela. Ahora bien, esto no se podrá conseguir si los mayores no se hacen valer ante los demás, lo que exige como condición a priori que aprendan antes a respetarse a sí mismos en todo lo que valen. En suma, los mayores deben adquirir el propio orgullo suficiente para ser capaces de elevar su propia voz, haciéndose respetar por lo que son.
Elevar la propia voz con orgullo de sí equivale a la ‘salida del armario’ (outing) de los homosexuales: dejar de esconderse tras la máscara o el estigma de la vejez, armarse de valor, salir al exterior, bajar a la palestra, entrar en la arena, dar la cara ante los demás, tomar la palabra en público y decir a los cuatro vientos (con el riesgo de no ser escuchado): aquí estoy yo, esto es lo que soy.
Para que los mayores puedan elevar en común su propia voz colectiva, en demanda de dignidad y respeto público, deben proceder antes a la creación de nuevas identidades y narrativas vitales, capaces tanto de atribuir pleno sentido personal y humano a su propia edad como de merecer la atención del público circundante. Lo cual puede llevarse a cabo por diversos procedimientos, entre los que destacan los círculos de lectura, los foros de debate, las prácticas autobiográficas, los certámenes literarios, los happenings y performances, así como todas las más diversas estrategias de intervención mediática capaces de afectar a la opinión pública, según el emocionante ejemplo de la citada asociación para la recuperación de la memoria histórica.
Así, poco a poco se irá construyendo un nuevo lenguaje retórico, inherente al universo semántico de las personas mayores, y capaz por ejemplo de rehabilitar el uso de términos como ‘viejo’ y ‘vejez’. Pero esa creación de un discurso nuevo sólo será posible si son los propios mayores quienes recuperan su voz y la elevan en público, tomando la palabra ante los demás. Una tarea reservada a los profetas precursores, también pioneros en este nuevo uso de las viejas palabras.

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