Solidaridad
intergeneracional
y cohesión social
publicación
de Hartu emanak
Esta dimensión del
envejecimiento sólo se puede entender desde el convencimiento de que “el
envejecimiento es un proceso que dura toda la vida y deberá reconocerse como
tal. La preparación de toda la población para las etapas posteriores de la vida
deberá ser integrante de las políticas sociales y abarcar factores físicos,
psicológicos, culturales, religiosos, espirituales, económicos, de salud y de
otra índole”[1].
Desde este punto de
vista, debe interpretarse que las personas de edad, son, ante todo y en primer
lugar, personas, es decir, seres humanos capaces de desarrollarse
durante toda la vida; luego, además son de edad, es decir han acumulado
años, lo que hace que estas personas se encuentren en una fase, más o menos, avanzada
de su ciclo vital, lo que no descarta su potencial de desarrollo ni nos
autoriza a colocarlas dentro de un colectivo aparte.
Este replanteamiento del
envejecimiento, alejado de la idea de una tercera edad como tapa
concreta y enmarcada de la vida, es el que dejó la puerta abierta para la
defensa, primero, del envejecimiento saludable, y, más tarde, del envejecimiento
activo.
En consecuencia con lo
anterior, las sociedades tienen que ser para todas las edades, porque
todos sus miembros, con independencia de su edad, han de poder seguir
contribuyendo al bienestar y mejora de las mismas, siempre y cuando esas
sociedades (familia, y comunidad incluidas), a su vez, presten a las personas
de todas las edades el debido apoyo para que su participación, más allá de un
deseo, sea algo realmente factible. Por ejemplo, el derecho a participar, por
sí sólo, no basta, a menos que, por un lado, se ofrezcan a las personas, a cada
persona, oportunidades a su alcance para ejercer dicha participación y, por el
otro, que las personas cuenten con facultades y recursos para ejercer su
participación.