Estereotipos de
las personas mayores ¿qué significa ‘ser mayor’?
Dña. Sacramento Pinazo
Hernandis
España es, desde
hace unos pocos años, uno de los países con la población más envejecida de toda
Europa, con uno de los índices de fecundidad más pobres del mundo y con una
elevada esperanza de vida al nacer. Recordemos, por ejemplo, que la esperanza
de vida de los españoles en 1900 era de 34 años, de 47.12 años después de la
guerra, y de 59.81 años en 1950. En la actualidad, el número de personas
octogenarias, nonagenarias y centenarias en España no cesa de crecer. La
esperanza de vida para las mujeres españolas, por ejemplo, sobrepasa ya los 83
años.
En una sociedad
como la nuestra, con un prioritario culto a la juventud, parece que no hay alternativa
para aquél que envejece y se aleja de los 20 años... Vivimos en una sociedad
orientada hacia la juventud en la cual hay una lucha continua contra todo aquello
que significa ‘ser viejo’. El énfasis de la sociedad en ‘ser joven’ (o al menos
parecerlo) puede explicar el por qué los demás grupos de edad mantienen
actitudes negativas hacia los mayores. Podemos concluir que a medida que la
edad aumenta se está menos a favor de que las personas mayores poseen rasgos
que facilitan las relaciones interpersonales, se tiene una mayor creencia en
que las personas mayores se definen por un deterioro generalizado, se ve a las
personas mayores como menos activas, se opina que las personas mayores se
caracterizan por un aislamiento de los demás. La sociedad parece haber dejado
de lado a los mayores, fuera del ‘círculo de poder’, fuera del conjunto, sin
posibilidades de participar e incluso, a veces, sin posibilidades de opinar
y/o decidir. Parece como si la sociedad en general pensase que ‘los viejos son
los otros’, sin tener presente que, antes o después, nuestra propia existencia
nos llevará- si no morimos en el intento- a la vejez. En eso, las
alternativas están claras, y sólo hay dos: vivir (y envejecer) o morir. La
vejez es la única categoría social a la que todas las personas pueden llegar a
pertenecer en algún momento; por ello, cuando los grupos de jóvenes contemplan
al grupo de las personas mayores, están pensando en una percepción futura de su
existencia, con la creencia generalizada de los aspectos negativos y
peyorativos, como una amenaza al propio bienestar futuro.
Resulta curioso
comprobar cómo las personas tienen interiorizadas imágenes de la vejez que no
coinciden en líneas generales con la realidad actual. A veces también las
propias personas mayores manifiestan las mismas contradicciones, por lo que en
muchas ocasiones distinguen entre la consciencia de su propia vejez por la edad
que tienen y el sentimiento de vejez del que carecen al asociarla con
características tales como enfermedad, deterioro mental, rigidez de
pensamiento, falta de compromiso y participación, dependencia, problemas
sociales y económicos y ausencia de capacidades.
Las personas
mayores no se identifican con la imagen de la vejez ofrecida por la sociedad. Esto se
debe al estereotipo negativo ligado al calificativo de ‘personas viejas’,
percibidas como personas en un inevitable periodo de declive y decadencia donde
se sufre enfermedad, soledad, tristeza y abandono. Las personas mayores, al no
autopercibirse de este modo también consideran que ‘las personas viejas son las
otras’. En 1990, Mª Teresa Bazo preguntó a un grupo de personas mayores, cuándo
una persona podía considerarse anciana:
‘Cuando uno ya no vale para nada’ (34%), ‘Cuando se tienen muchos años’ (25%),
‘Cuando ya no se tiene ilusión por nada’ (24%); un 5% considera que el umbral
de la vejez se da ‘A partir de los 65 años’; un 3% encuentra que es ‘La
jubilación’; y un 8% de los encuestados piensa que ‘No se es anciano nunca’
(Bazo, 1990). Para la autora, ‘el problema de la vejez es que resulta mal vista
y es objeto de aversión por parte de las personas en general y de los ancianos
en particular, que han interiorizado en su proceso de socialización una serie
de imágenes negativa sobre la ancianidad que contribuyen a distorsionar la
verdadera visión de la misma’ (Bazo, 1990, p.201).
En un estudio
posterior, Bazo (1992) estudió cómo describían y expresaban los sentimientos y
relaciones con sus abuelos una muestra de 277 jóvenes universitarios, mediante
la técnica de análisis de contenido de los relatos. Los abuelos eran percibidos
de forma positiva en general: cariñosos, tiernos, comprensivos, simpáticos,
chistosos, prestos para la ayuda, transmisores de conocimientos útiles para la
vida, aunque en algunas ocasiones (pocas) también aparecían calificados como:
insoportables, egoístas, gruñones, dominantes, roñosos.