Jordi Soler,
escritor*
Publicado en El Pais (La cuarta pagina)
10 nov 2013
El joven técnico ha sustituido hoy al
viejo sabio. Manda quién tiene más información, y la gente de cierta edad se ha
quedado al margen, porque la información corre por otros cauces y por aparatos
que no saben manejar
Hace unos días, al entrar en una Apple store en
Barcelona, contemplé una escena que era la antítesis de ese monumento a la
sabiduría de los viejos: en un improvisado salón, que se extendía entre las
mesas que exhibían ordenadores y tabletas, dos docenas de viejos atendían las
perlas informáticas que soltaba, con gran desparpajo, un joven que debía tener
la misma edad que los nietos de los viejos que lo escuchaban, que intentaban
aprender los rudimentos de los ordenadores, cosas simples como enviar mails
o husmear en Google o apuntarse a una red social. Hasta hace muy poco era el
joven el que tenía que esforzarse para estar a la altura de la sabiduría del
viejo, y hoy ocurre precisamente lo contrario, los viejos tienen que esforzarse
para estar a la altura de los jóvenes, se acercan con un temor reverencial,
casi religioso, a ordenadores y tabletas mientras que los más jóvenes, incluso
los niños, bucean con gran destreza y mucho descaro en las profundidades de la Red. Estamos pues
ante un clásico salto generacional, pero este es de proporciones insondables y
de una magnitud todavía desconocida.
De manera casi insensible, el mundo
se ha reorientado y hoy la sabiduría de los viejos, ese referente del que se
había echado mano desde el principio de los tiempos, ha sido sustituida por
Google, la herramienta con la que puede accederse a toda la información. ¿En
qué momento cambió todo de manera tan radical? El sabio de la tribu ha sido
reemplazado por el joven técnico que conoce las claves para acceder a la
información, para transmitirla, multiplicarla y manipularla; el viejo sabio
habla desde su experiencia, desde su memoria que ha cultivado durante muchas
décadas, mientras que al joven técnico le basta con tener wifi al alcance para
conectarse a Internet.
Hoy manda quien tiene más información y la gente de cierta
edad se ha quedado al margen, el periódico de papel, el correo de sobre y sello
y el telediario de las nueve se han hecho súbitamente viejos, la información
corre por otros cauces, precisamente por esos aparatos que ellos no saben
manejar.
Hay una simetría entre el relevo continuo de las apps
y los productos que circulan por Internet y el canon que en este milenio ha
impuesto la juventud; lo de hoy es lo rabiosamente nuevo, cada tantos meses
Yahoo! y Gmail, Twitter y el Weather Channel cambian completamente su aspecto e
introducen novedades en su sistema operativo, que no persiguen tanto mejorar
como parecer nuevos y frescos, porque de lo viejo hay que correr, incluso los
que se van acercando a la vejez tratan de huir de esta prodigándose todo tipo
de dietas y ejercicios que mantengan a raya la catástrofe de convertirse en un
viejo, es decir, en un elemento al margen del sistema que privilegia a la
juventud y que mira cada vez con más inquina aquello que atenta contra ella: la
vida sedentaria, fumar, beber alcohol o cafeína; nuestra era es la de la
criminalización de quien vive fuera del control sistemático del médico, de
quien no se hace puntualmente su colonoscopia, de quien no cuida
escrupulosamente su salud.
En París, esa ciudad que está un poco más hacia el futuro
que Madrid y Barcelona, observé hace unos días, con asombro, en dos ocasiones
distintas, que las personas con las que comía pedían al camarero un vrai
café, un café verdadero, con cafeína, y esto me hizo pensar que la batalla está
perdida, que hoy el café de referencia es el descafeinado, el inocuo, el que no
atenta contra la salud y nos mantiene jóvenes más tiempo.
La gran paradoja de esta época en
la que manda la juventud es que las personas viven cada vez más años, es decir,
son viejos durante mucho más tiempo que sus antepasados pero, a diferencia de
aquellos, ya no son los sabios que reconoce la tribu, sino un esforzado grupo
que trata de estar a la altura de ese canon que marca la juventud.
Hasta hace muy poco era el presidente de Estados Unidos
quien podía poner patas arriba el planeta entero, hoy puede ponerlo todo patas
arriba, incluido el Gobierno de Estados Unidos, un joven técnico como Edward
Snowden, sin más currículum que su valentía y su habilidad para husmear en archivos
electrónicos y difundir información altamente comprometedora. Los técnicos como
Snowden tienen hoy la llave para desencadenar una crisis mundial, y han llegado
hasta ahí de manera súbita, han brincado, en el mejor de los casos, del pupitre
de la universidad a la acción internacional sin ningún miramiento; tienen el know
how, saben cómo hacerlo, son los dueños de la información que puede
trastocar el equilibrio mundial y va cada uno a su aire, sin el consenso de
nadie, trabajan solos en su habitación siguiendo las palpitaciones de su propia
conciencia.
Cargamos toda nuestra información personal en el teléfono
móvil que llevamos en el bolsillo, ahí va la agenda, los mails, el
registro escrupuloso de nuestras relaciones y nuestra correspondencia, hemos puesto
todos los huevos en una sola cesta, y lo mismo se ha hecho a nivel colectivo,
todo se controla desde un ordenador y se articula a través de un sistema que
puede ser vulnerado y manipulado por un joven de Adidas y sudadera con capucha,
que se ha convertido, de manera inopinada, en el nuevo líder de la tribu.
El espionaje de Estado es desde luego una vergüenza, pero
que un joven técnico solitario, sin preguntarnos nuestra opinión, disponga de esa
información sensible que puede ponerlo todo patas arriba, tiene también un
punto oscuro. El vacío que han dejado los políticos de Occidente, cada vez más
distraídos por los intereses del Capital, está siendo ocupado por los jóvenes
técnicos; se trata de un asunto de equilibrio, hace falta el contrapeso de los
viejos sabios de la tribu, un Don Juan que le enseñe a Snowden de qué forma
encontrar su sitio.
*Jordi Soler escritor mexicano de origen español hijo de exiliados
tras la guerra civil, nació en 1963 en México. Vive en Barcelona, la ciudad que
abandonó su familia después de la guerra civil. Ha escrito tanto poesía como
narrativa. El conflicto armado de la guerra civil ha influido en la temática de
sus obras. De manera paralela a sus novelas ha escrito columnas en diarios y
revistas (La Jornada, Reforma, El País, y las revistas Letras Libres y EP Semanal). De 2000 a 2003 desempeñó como agregado cultural en
la Embajada de México en Dublín.