domingo, 29 de diciembre de 2013

¿Mayores inactivos? ¿mayores improductivos?



Dña. Sacramento Pinazo Hernandis
Mitos y realidades de las personas mayores
V jornadas Hartu-emanak
Noviembre 2005

Existe un enorme caudal de ayuda (sin contraprestación económica) que las personas mayores dan diariamente, y que es muy importante para la vida social y comunitaria. Y hacemos referencia, por ejemplo, al cuidado de los enfermos, a la ayuda en la crianza de los nietos, al mantenimiento de los jóvenes no-emancipados- todavía y cuya salida del hogar familiar cada vez se retrasa más y más, a la participación en actividades voluntarias…
¿Viejos, ancianos, tercera edad, mayores, jubilados? En cuanto a la terminología parece más conveniente utilizar unos términos que otros. Por ejemplo, el término ‘viejos’ tiene un carácter claramente peyorativo, de desgaste e inutilidad. El término ‘anciano’ podría ser adecuado pues se refiere a un período de la existencia humana que viene detrás de la infancia, la adolescencia y la madurez. El eufemístico término ‘tercera edad’ ha tenido bastante aceptación pero es de difícil explicación ya que no existe una primera ni una segunda edad. ¿Cuál es, entonces, el calificativo más apropiado para referirse a los mayores de 65 años? Tanto para las personas de 65 ó más años como para los que se encuentran entre 18 y 64 años el término preferido es el de ‘mayores’, mientras que el término menos apropiado para ambos grupos es el de ‘viejos’.
El concepto ‘jubilación’ que marca la barrera entre los menores y los mayores de 65 años únicamente representa una marca jurídica, socialmente establecida, aunque es evidente que no todo el mundo abandona el mercado laboral a esa edad (en muchos casos la decisión ni siquiera depende de uno), y, además, hay muchas personas que nunca se jubilan porque nunca se insertaron profesionalmente, las amas de casa, por ejemplo.
La ‘tasa de dependencia’, por citar otro ejemplo, que no es más que un valor, una manera de cuantificar ‘el peso económico’ de la población no activa (y que, además, engloba a los menores de 16 años y los mayores de 65 años, y a todos aquellos discapacitados de cualquier grupo de edad que perciben pensiones) conlleva lecturas fatalistas del envejecimiento poblacional. Según ésta se etiqueta de dependiente a todo aquel que no trabaja (aunque a menudo se olviden todos sus años de cotización laboral a la Seguridad Social), convirtiendo en un fracaso estatal lo que más bien es un éxito poblacional: el que cada vez haya más gente que sobreviva hasta edades muy longevas.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Historia y evolución de los Programas Intergeneracionales



de “Los Programas Intergeneracionales”
Publicación Hartu-emanak
 

  “Es necesario fortalecer la solidaridad entre las generaciones y las asociaciones intergeneracionales, teniendo presente las necesidades particulares de los más mayores y los más jóvenes, y alentar las relaciones solidarias entre generaciones”  Naciones Unidas – Conclusiones de la II Asamblea Mundial sobre Envejecimiento – Madrid 2002

El desarrollo histórico de los Programas Intergeneracionales (PI) puede dividirse en tres fases. Podemos señalar la primera en Estados Unidos, en las décadas de los sesenta y setenta (del siglo XX), siendo la razón de ser de estos programas el distanciamiento ente las generaciones. La segunda fase, hasta los años noventa, y también situada en Estados Unidos, pasó a estar caracterizada por la utilización de los PI para abordar problemas sociales relacionados con las necesidades culturales, sociales y económicas. Por último, en la tercera fase, en la que nos encontramos, además del incremento del uso de los PI como instrumento para el desarrollo comunitario, estamos siendo testigos de la emergencia de estos programas en el entorno europeo.
Como ha quedado apuntado, los primeros PI nacieron a finales de los años sesenta fruto de la creciente toma de conciencia de que la separación geográfica de miembros jóvenes y mayores de las familias, consecuencia de la reubicación familiar debida a los cambios en el mercado laboral, estaba teniendo efectos negativos sobre dichos miembros y sobre las relaciones entre ellos. Esta separación estaba ocasionando la pérdida de interacción entre mayores y jóvenes, el aislamiento de las personas mayores y la aparición de percepciones mutuas erróneas, mitos y estereotipos, entre estas generaciones. Como consecuencia de estos cambios y efectos se organizaron los primeros PI.
Dos décadas más tarde, en la segunda fase, los PI cambiaron su razón de ser: pasaron a ocuparse de paliar problemas que afectaban a esas poblaciones más vulnerables, niños/jóvenes y personas mayores: la baja autoestima, el abuso de las drogas y el alcohol, los bajos resultados escolares, el aislamiento, la falta de sistemas de apoyo adecuados, el desempleo y la desconexión con la familia y con la sociedad.
A comienzo de los años noventa los PI ampliaron su espectro de actuación e intentaron apoyar los esfuerzos para revitalizar las comunidades, lo que, a la larga, podría traer consigo la reconexión de las generaciones. Este último objetivo es quizá el que está más en sintonía con la construcción de una sociedad para todas las edades.
A finales de esta misma década comenzaron a desarrollarse los PI en Europa. Aparecen como respuesta a problemáticas tales como la difícil integración de las personas inmigrantes, en el caso de Holanda, como cuestiones políticas relacionadas con la inclusión y los nuevos roles de las personas mayores, en el Reino Unido, o como la percepción de una cierta crisis en los modelos de solidaridad familiar tradicionales y el interés por impulsar un envejecimiento activo, en el caso de España.
La mejor muestra de esta especie de despertar de los PI fue la creación, en 1999, del Consorcio Internacional para los Programas Intergeneracionales (ICIP), como respuesta a la insistencia de Naciones Unidas, hacia los Estados, a considerar la práctica intergeneracional como un método para promocionar la inclusión social y aumentar el capital social.
Los objetivos del ICIP son los siguientes:
·         Desarrollar métodos sistemáticos que permitan comprender por qué funcionan los programas intergeneracionales.
·             Fomentar la importancia de los programas intergeneracionales como agentes del cambio social global.
y las características que el ICIP ha definido como esenciales para el éxito de los programas intergeneracionales, son las siguientes:
·              Demuestran tener beneficios mutuos para los participantes.
·        Establecen nuevas funciones y/o perspectivas sociales para los participantes jóvenes y ma- yores.
·             Pueden involucrar a múltiples generaciones y han de incluir, como mínimo, a dos generaciones no contiguas y no de la misma familia.
·       Promueven una mayor concienciación y una mejor comprensión entre las generaciones más jóvenes y de más edad y una mayor autoestima para ambas generaciones.
·             Se ocupan de cuestiones sociales y políticas importantes para las generaciones implicadas.
·             Incluyen los elementos que caracterizan a una buena planificación programada.
·             En ellos se desarrollan las relaciones intergeneracionales.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Una necesaria aclaración conceptual




Dña. Sacramento Pinazo Hernandis
Mitos y realidades de las personas mayores
V jornadas Hartu-emanak
Noviembre 2005

Contrariamente al mito de que los mayores son personas enfermas y dependientes, la mayoría de las personas mayores tienen una vida independiente y autónoma. El prejuicio nos lleva a asociar vejez con enfermedad, pero aquellas personas que han llegado a viejas, son justamente aquellas que no han sufrido grandes enfermedades; en el caso español, aquellas que consiguieron superar las hambrunas, la Guerra Civil y la postguerra, el exilio, las enfermedades (la Gripe de 1918, que acabó con la vida de 190.000 españoles, por ejemplo), la mortalidad infantil...
Al contrario de lo que se supone “los estudios gerontológicos de la OMS y los que se han realizado en España indican que la mayor parte de las personas mayores desde la jubilación hasta los 70 años o más, no presenta diferencias sensibles en ninguno de los indicadores de salud con el grupo de personas ‘prejubiladas’ comprendidas entre los 50 y los 64 años. Los déficits en las habilidades funcionales, los achaques que limitan la autonomía de las personas, en la mayoría de los casos, comienzan a presentarse después de los 80 años.” (Fernández-Ballesteros, 1992).
Según el estudio 2072 realizado por el INSERSO/CIS (1993) es a partir de los 80 ó más años –y no a los 65 años- cuando aumenta la necesidad de ayuda para la realización de ciertas actividades. Por ejemplo, el 28.9% de los hombres -el 41.5% de las mujeres - mayores de 80 años necesitan ayuda para bañarse o ducharse; el 16.5% de los hombres -el 27.8% de las mujeres- necesitan ayuda para la realización de tareas domésticas; o el 12.9% de los hombres -el 19.3% de las mujeres-necesitan ayuda para levantarse o acostarse. El informe del IMSERSO (1995) señala una tasa de independencia de hasta el 80% de los adultos mayores de 65 años, no sólo en la realización de las actividades de la vida diaria sino también en la elección cada vez más frecuente de vivir solos en su propio domicilio. Además, el citado informe, indica que los españoles tenemos una imagen de las personas mayores que está asociada principalmente con la idea de ‘dependencia (61%), ‘deterioro físico’ (56%) y/o ‘deterioro cognitivo’ (31%). Otros datos similares aparecen en Fernández-Ballesteros (1992), en donde encontramos que es a partir de los 81 años cuando se encuentra el mayor porcentaje de necesitados de ayuda, que aún así puede suponer desde el 19% que necesita ayuda para comer ó 22.7% para ir al cuarto de baño, hasta el 65% que necesita ayuda para usar el transporte público ó 50% para andar o bañarse.
Las últimas investigaciones han concluido que mucho de lo que en otro tiempo se consideró parte del proceso de envejecimiento normal es el resultado de enfermedades y estilos de vida insanos; también han identificado muchos de los cambios que se producen en el cuerpo con el paso de los años. Cierto es que las personas conforme envejecen van sufriendo cambios o alteraciones a nivel orgánico (más posibilidad de sufrir patologías coronarias, disminución del tamaño de la masa muscular, atrofia de los tejidos periorbitarios), funcional (la digestión se hace más lenta, menor agudeza visual, se producen alteraciones auditivas, menor flujo sanguíneo) y psicológico (cambios en la inteligencia, en la memoria, en el aprendizaje). Pero muchos de esos cambios comienzan muy tempranamente: a los 30 comienza una disminución de masa renal que llega hasta el 30% al cumplir los 80 años; la pérdida de audición comienza normalmente en la treintena al perder flexibilidad los huesecillos del oído medio; los pulmones comienzan a perder elasticidad a los 20 años; las células óseas se dividen y mueren constantemente durante toda la vida, pero alrededor de los 35 años la pérdida se acelera y a la larga supera a la reposición; y la menopausia (40-45 años) intensifica la pérdida de calcio, tornando a los huesos porosos y quebradizos (lo que se conoce como osteoporosis). Entre los investigadores hay acuerdo en que debe distinguirse entre aquellos mayores de 65 años que se encuentran en la plenitud de sus capacidades físicas y mentales y aquellas personas mayores que acumulan diversas vulnerabilidades: soledad, pérdida de movilidad, enfermedades invalidantes.
Para una correcta definición habría que tener en cuenta diferentes aspectos: no es lo mismo Sentirse viejo (vejez física), que Estar viejo (vejez biológica), Ser considerado un viejo (vejez social), o Vivir como un viejo (vejez psicológica). Así, el concepto ‘vejez’ puede ser definido a nivel cronológico (la persona que ha cumplido los 65 años, el que ha entrado en la tercera edad), a nivel social (el jubilado del rol laboral) o a nivel funcional (la persona que ha tenido una disminución de las capacidades funcionales, lo que conlleva discapacidad y pérdida de la independencia).
Naturalmente, las personas mayores también difieren por edad. Entre ellas es posible distinguir entre los mayores jóvenes, esto es, los nuevos jubilados o prejubilados; la verdadera vejez, aquellos que han pasado los 80 años; y los centenarios, que en España han llegado ya a ser cerca de 5000 personas, y hasta los super-centenarios, los que superan los 110 años.
Otros, hablan de tercera edad, cuarta edad y quinta edad, haciendo referencia a la fragilidad. Cuando hacemos la distinción entre tercera, cuarta y quinta edad, no debemos aludir a un concepto cronológico sino más bien a una división entre aquellos mayores con buena salud y aquellos otros con declive funcional y grados de dependencia. Haciendo referencia a esta distinción entre envejecimiento (vulnerabilidad) y enfermedad (presencia de patologías), Birren y Cunningham (1985) contemplan tres tipos de envejecimiento: envejecimiento primario (libre de enfermedades); envejecimiento secundario (en el que se hacen presentes algunas enfermedades, cardiovasculares, por ejemplo); y envejecimiento terciario (asociado al deterioro y a la aceleración del declive). Por su parte, Rowe y Kahn (1997) hablan de envejecimiento patológico y envejecimiento normal o no patológico; distinguiendo a su vez, en el envejecimiento no patológico, entre envejecimiento usual (no hay enfermedad pero sí un mayor riesgo de padecerla) y envejecimiento con éxito (ca                                                           racterizado por la poca probabilidad de padecer enfermedades, altos niveles de funcionamiento físico y cognitivo y la implicación activa en la vida).

viernes, 6 de diciembre de 2013

La ignorada y ocultada discriminación contra los ancianos



Por Vicenç Navarro
Publicado en Publico.es
5 diciembre 2013
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
España es el país, de los muchos en los que he vivido en mi vida –Suecia, Gran Bretaña, EEUU y España-, donde hay más discriminación en contra de los ancianos, y donde hay menos conciencia generalizada de la existencia de dicha discriminación. Está ocurriendo con los ancianos una situación semejante a la que ha venido ocurriendo con la discriminación de las mujeres, discriminación que continúa existiendo pero que, por fin, se admite que existe. Con los ancianos existe, pero todavía no se percibe o reconoce como discriminación.
Como ocurre en el caso de la mujer, tal discriminación permanecía oculta bajo el caparazón de la caballerosidad, en que  siempre se prestaba especial atención en la cultura latina a las mujeres. Se las dejaba pasar abriéndoles la puerta, y los caballeros se quitaban el sombrero para saludarlas. Las buenas maneras caballerescas eran siempre indicador del supuesto trato diferencial y deferencial hacia la mujer, en teoría, el centro de atención, atención caballeresca detrás de la cual existía y continúa existiendo una brutal discriminación.
Algo semejante ocurre con los ancianos, a los que se trata, en teoría, con gran amabilidad. En realidad, el término ampliamente utilizado para definir a los ancianos es el de abuelos, que da la impresión de estima y cordialidad. Llamar a una persona anciana desconocida con el nombre de abuelo es, sin embargo, un término ofensivo y condescendiente en extremo cuando es utilizado por personas que no tienen ningún parentesco con el anciano. Cuando mi nieto me llama abuelo me gusta. Cuando una persona desconocida en la calle me llama abuelo, me molesta. Siempre recordaré a mi padre, una persona muy representativa de la generación de republicanos que perdieron la guerra, que siempre mantuvo su gran dignidad y el orgullo de su pasado, que cuando alguien desconocido le llamaba abuelo, le contestaba “Mire usted, yo no soy su abuelo ni deseo serlo. Llámeme Sr. o Don Vicente”. Esto es lo que me pasa a mí y a millones de ancianos en este país. Y ya no digamos cuando se refieren a los ancianos como viejos, lo cual todavía se utiliza ampliamente como insulto, como puede el lector atestiguar leyendo algunos comentarios hostiles a mis artículos que aparecen en los diarios digitales en los que publico.
Es fácil ver la discriminación hacia los ancianos diariamente. Pequeños detalles saltan aquí y allá. Y como ocurre con todas las discriminaciones, los que discriminan, en su gran mayoría, ni se dan cuenta de ello, pues reproducen una cultura que es altamente discriminatoria. En realidad, los ancianos raramente aparecen en los medios de mayor difusión en los países latinos. Siempre recordaré que una de las cosas que me impresionó más favorablemente cuando viví en Suecia (siendo yo joven) fue ver que la periodista que daba las noticias en la televisión pública de mayor difusión era una mujer de avanzada edad. Nunca lo había visto ni lo he visto en España. En los países latinos, en general, los presentadores son jóvenes, y si son mujeres (reflejando el machismo de la sociedad) tienen que llevar un escote muy amplio. Y raramente se ven películas o programas de televisión que se centren en personajes ancianos. Los ancianos están ya marginados, esperando que se vayan, y algunos incluso les empujarían para que lo hicieran lo antes posible. Como dijo un ministro de Economía y Finanzas del gobierno japonés, “el deber patriótico de los viejos es que se mueran cuando les corresponda” (es decir, lo más pronto posible). Muchos economistas neoliberales lo piensan, pero no lo dicen.
¿Lucha de generaciones o lucha de clases?
Esta manera de ver a los ancianos ha alcanzado su expresión máxima en la discusión sobre las pensiones, que se ha caracterizado precisamente por esta discriminación. Se presenta constantemente la imagen de que la sociedad no podrá pagar las pensiones, pues hay demasiados ancianos y muy pocos jóvenes. Esta aseveración ha alcanzado el nivel de dogma. No se aclara por qué, si la sociedad es cada vez más rica, no puede pagar las pensiones de aquellos que han creado la riqueza. En todos los países de la OCDE, el PIB per capita ha crecido más rápidamente que el porcentaje de la población anciana o el alargamiento de la esperanza de vida. Ello no es obstáculo para que los establishments financiero, económico, político y mediático españoles estén, cada vez más, subrayando que la sociedad se gasta demasiado en los ancianos y muy poco en los jóvenes. La última versión es la del Profesor Antón Costas que, en su columna semanal en El País, indicó este pasado domingo (01.12.13) que España se gasta demasiado en pensiones y muy poco en jóvenes. En otras palabras, el mensaje que se transmite es que los ancianos viven mejor a costa de que los jóvenes vivan peor. La explotación de clase ha sido, así, sustituida por la explotación de unos grupos etarios –los ancianos- sobre otros –los jóvenes-.
Los datos muestran, sin embargo, la falta de credibilidad de esta postura. España se gasta mucho menos en pensiones de vejez (6,9% del PIB) que el promedio de la UE-15 (el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo económico al español, 9,7% del PIB) y menos de lo que se tendría que gastar por el nivel de desarrollo que tiene. Y, mira por dónde, todos los países que se gastan poco en los ancianos se gastan también poco en los jóvenes. El gasto de educación en España (que beneficia sobre todos a los más jóvenes) es también de los más bajos de la UE-15 (4,97% del PIB versus 6,14% en la UE-15). El problema no es, pues, que se gaste poco en los jóvenes porque se gasta demasiado en los ancianos, sino que el Estado se gasta muy poco, tanto en las transferencias públicas (como las pensiones) como en los servicios públicos (como educación) del Estado del Bienestar. Y ello como resultado de que el Estado recauda menos ingresos de lo que debería recaudar por el nivel de riqueza que tiene (los ingresos al Estado representan sólo un 31% del PIB. El promedio en la UE-15 es un 44%). España es el país que tiene un Estado más pobre, y ello a pesar de que su PIB per cápita (que mide la riqueza del país) es ya casi el promedio de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea.
La causa de que el Estado (incluyendo sus comunidades autónomas) ingrese tan poco no es porque la gente que trabaja, la mayoría de la población adulta, no pague impuestos. En realidad, la gente que está en nómina ya paga cantidades y porcentajes semejantes al resto de la UE-15. El problema no es la mayoría, sino la minoría de gente súper rica (que deriva sus ingresos del capital) y rica, que apenas pagan impuestos. Las grandes fortunas, las grandes empresas y la banca pagan mucho, mucho menos de lo que usted y yo pagamos. Y ahí está el problema. Es lo que se llamaba antes “la lucha de clases”, que aquella minoría súper rica y rica (el 10% de la población) gana diariamente, término que ya no se utiliza en los medios de información (que aquella minoría controla) por considerarse un término anticuado, sustituido ahora por un término y concepto más “moderno”, la lucha de generaciones. ¿Lo entiende? Ni que decir tiene, este artículo no se aprobaría para su publicación en ninguno de los medios de mayor difusión, mostrando la falta de credibilidad democrática que tienen los mayores medios de información en nuestro país. Ruego al lector que lo distribuya lo más ampliamente posible.

El nuevo líder de la tribu



Jordi Soler, escritor*
Publicado en El Pais (La cuarta pagina)
 10 nov 2013
El joven técnico ha sustituido hoy al viejo sabio. Manda quién tiene más información, y la gente de cierta edad se ha quedado al margen, porque la información corre por otros cauces y por aparatos que no saben manejar
Hace unos días, al entrar en una Apple store en Barcelona, contemplé una escena que era la antítesis de ese monumento a la sabiduría de los viejos: en un improvisado salón, que se extendía entre las mesas que exhibían ordenadores y tabletas, dos docenas de viejos atendían las perlas informáticas que soltaba, con gran desparpajo, un joven que debía tener la misma edad que los nietos de los viejos que lo escuchaban, que intentaban aprender los rudimentos de los ordenadores, cosas simples como enviar mails o husmear en Google o apuntarse a una red social. Hasta hace muy poco era el joven el que tenía que esforzarse para estar a la altura de la sabiduría del viejo, y hoy ocurre precisamente lo contrario, los viejos tienen que esforzarse para estar a la altura de los jóvenes, se acercan con un temor reverencial, casi religioso, a ordenadores y tabletas mientras que los más jóvenes, incluso los niños, bucean con gran destreza y mucho descaro en las profundidades de la Red. Estamos pues ante un clásico salto generacional, pero este es de proporciones insondables y de una magnitud todavía desconocida.
De manera casi insensible, el mundo se ha reorientado y hoy la sabiduría de los viejos, ese referente del que se había echado mano desde el principio de los tiempos, ha sido sustituida por Google, la herramienta con la que puede accederse a toda la información. ¿En qué momento cambió todo de manera tan radical? El sabio de la tribu ha sido reemplazado por el joven técnico que conoce las claves para acceder a la información, para transmitirla, multiplicarla y manipularla; el viejo sabio habla desde su experiencia, desde su memoria que ha cultivado durante muchas décadas, mientras que al joven técnico le basta con tener wifi al alcance para conectarse a Internet.
Hoy manda quien tiene más información y la gente de cierta edad se ha quedado al margen, el periódico de papel, el correo de sobre y sello y el telediario de las nueve se han hecho súbitamente viejos, la información corre por otros cauces, precisamente por esos aparatos que ellos no saben manejar.
Hay una simetría entre el relevo continuo de las apps y los productos que circulan por Internet y el canon que en este milenio ha impuesto la juventud; lo de hoy es lo rabiosamente nuevo, cada tantos meses Yahoo! y Gmail, Twitter y el Weather Channel cambian completamente su aspecto e introducen novedades en su sistema operativo, que no persiguen tanto mejorar como parecer nuevos y frescos, porque de lo viejo hay que correr, incluso los que se van acercando a la vejez tratan de huir de esta prodigándose todo tipo de dietas y ejercicios que mantengan a raya la catástrofe de convertirse en un viejo, es decir, en un elemento al margen del sistema que privilegia a la juventud y que mira cada vez con más inquina aquello que atenta contra ella: la vida sedentaria, fumar, beber alcohol o cafeína; nuestra era es la de la criminalización de quien vive fuera del control sistemático del médico, de quien no se hace puntualmente su colonoscopia, de quien no cuida escrupulosamente su salud.
En París, esa ciudad que está un poco más hacia el futuro que Madrid y Barcelona, observé hace unos días, con asombro, en dos ocasiones distintas, que las personas con las que comía pedían al camarero un vrai café, un café verdadero, con cafeína, y esto me hizo pensar que la batalla está perdida, que hoy el café de referencia es el descafeinado, el inocuo, el que no atenta contra la salud y nos mantiene jóvenes más tiempo.
La gran paradoja de esta época en la que manda la juventud es que las personas viven cada vez más años, es decir, son viejos durante mucho más tiempo que sus antepasados pero, a diferencia de aquellos, ya no son los sabios que reconoce la tribu, sino un esforzado grupo que trata de estar a la altura de ese canon que marca la juventud.
Hasta hace muy poco era el presidente de Estados Unidos quien podía poner patas arriba el planeta entero, hoy puede ponerlo todo patas arriba, incluido el Gobierno de Estados Unidos, un joven técnico como Edward Snowden, sin más currículum que su valentía y su habilidad para husmear en archivos electrónicos y difundir información altamente comprometedora. Los técnicos como Snowden tienen hoy la llave para desencadenar una crisis mundial, y han llegado hasta ahí de manera súbita, han brincado, en el mejor de los casos, del pupitre de la universidad a la acción internacional sin ningún miramiento; tienen el know how, saben cómo hacerlo, son los dueños de la información que puede trastocar el equilibrio mundial y va cada uno a su aire, sin el consenso de nadie, trabajan solos en su habitación siguiendo las palpitaciones de su propia conciencia.
Cargamos toda nuestra información personal en el teléfono móvil que llevamos en el bolsillo, ahí va la agenda, los mails, el registro escrupuloso de nuestras relaciones y nuestra correspondencia, hemos puesto todos los huevos en una sola cesta, y lo mismo se ha hecho a nivel colectivo, todo se controla desde un ordenador y se articula a través de un sistema que puede ser vulnerado y manipulado por un joven de Adidas y sudadera con capucha, que se ha convertido, de manera inopinada, en el nuevo líder de la tribu.
El espionaje de Estado es desde luego una vergüenza, pero que un joven técnico solitario, sin preguntarnos nuestra opinión, disponga de esa información sensible que puede ponerlo todo patas arriba, tiene también un punto oscuro. El vacío que han dejado los políticos de Occidente, cada vez más distraídos por los intereses del Capital, está siendo ocupado por los jóvenes técnicos; se trata de un asunto de equilibrio, hace falta el contrapeso de los viejos sabios de la tribu, un Don Juan que le enseñe a Snowden de qué forma encontrar su sitio.


*Jordi Soler escritor mexicano de origen español hijo de exiliados tras la guerra civil, nació en 1963 en México. Vive en Barcelona, la ciudad que abandonó su familia después de la guerra civil. Ha escrito tanto poesía como narrativa. El conflicto armado de la guerra civil ha influido en la temática de sus obras. De manera paralela a sus novelas ha escrito columnas en diarios y revistas (La Jornada, Reforma, El País, y las revistas Letras Libres y EP Semanal). De 2000 a 2003 desempeñó como agregado cultural en la Embajada de México en Dublín.