lunes, 22 de mayo de 2017

El rejuvenecimiento de la Vejez






Manuel Maria Meseguer
periodista
El título no trata de masajear el ego de los longevos o los aspirantes a serlo. En los últimos años se ha producido un proceso, al menos curioso, en cuestiones de la edad madura. Antes se ocultaba la edad, a no ser que el deterioro físico la mostrara descarnadamente. Ahora, todos los mayores de 60 años dicen su edad con una expresión que parece aguardar la réplica sorpresiva del interlocutor "Tengo 78 años", comunica con la sonrisa en los labios y las cejas arqueadas. "¿78? Parece que tuviera 60", es la respuesta que se espera del confidente y, si no se provoca, el resto de la conversación puede ser fastidioso. Pero no, no va de longevos orgullosos el asunto, sino de longevos con más años de ociosidad que de trabajo.
Cada poco, de manera recurrente, y casi siempre coincidiendo con periodos de crisis económica o con la sensación de ella, el tema de la madurez en el trabajo se echa sobre la mesa como una letra de cambio. Recientemente el diario francés Le Monde se hacía eco de los trabajos de los gabinetes de contratación laboral y de sus inquietudes, al preguntarse de un modo nada retórico que teniendo en cuenta que la vejez laboral llega cada día más joven, dónde se instalaba dicha vejez: ¿en los 45 años, en los 50? Realmente se trata de un problema ampliamente estudiado y que nos lleva a la paradoja de que, conforme se aleja la vejez física saludable hacia horizontes impensables hace unos años, los departamentos de recursos humanos de las empresas "rejuvenecen" la vejez laboral hasta extremos grotescos, de modo que los requisitos de los treinta y cinco o cuarenta años, por ejemplo, para cobrar una pensión de jubilación íntegra, serán inalcanzables a la vuelta de una década. Refería el vespertino francés que alargar la vida laboral a partir de los 50 años se ha convertido en una prioridad del gobierno de Francia, país que califica como el peor alumno de Europa en cuanto a políticas de empleo sénior. Pero aceptaba que la voluntad gubernamental tropezaba con la realidad del mercado de trabajo, para el que los seniors son "demasiado caros, poco motivados y rígidos" y quedaba fuera de las prioridades empresariales emplear a los "sienes plateadas" en expectativa de empleo.
No se sabe si es el deseo el que oculta la realidad, pero el caso es que dicen los expertos que comienza a atisbarse un cierto cambio de ciclo que anunciaría que la discriminación laboral por edad pueda estar tocando a su fin. Y ello, a causa del envejecimiento general de la población, fenómeno en el que España será indeseable líder, pues se calcula que, en 2050, la población española será la más anciana de la Unión Europea. También hay algunas señales. Recientemente se informaba de que los ingenieros de Telecomunicación de Cataluña habían realizado gestiones para recuperar a prejubilados y paliar así el déficit de profesionales en el sector. La dialéctica entre incorporar juventud barata en las empresas a cambio de la pérdida del talento caro parece que se terminará resolviendo a favor de un mix de ambas en la formación de equipos multiedad que favorezcan el verdadero "envejecimiento activo". Este sí, causante del rejuvenecimiento de la vejez.

martes, 9 de mayo de 2017

Los abuelos de entonces




Abel Hernández
Escritor y periodista
Me parece que en estas cartas no te he hablado todavía con algún detenimiento del trato que recibían los mayores en el pueblo cuando yo era niño. Eran tiempos en que regía la familia patriarcal. La casa era para toda la vida y pasaba de padres a hijos, de una generación a otra.
Allí se nacía, se vivía y se moría, al lado de los animales domésticos y con el recuerdo visible de los antepasados.
Los abuelos convivían en la misma casa con los hijos y con los nietos. El respeto a los mayores constituía una regla sagrada. Regía el principio de autoridad, matizado por el afecto. Los abuelos ocupaban físicamente un lugar destacado en el hogar en tomo al fuego, y se les escuchaba con atención. Los hijos y los nietos los tratábamos siempre de usted. El tuteo no se usaba. Tú eres de una generación en la que se ha impuesto el tú por tú y se han roto por primera vez las reglas establecidas. No sé si esta ruptura tiene que ver con la "revolución de las costumbres" de mayo del 68, que yo viví en la Universidad de Madrid y aquel mismo verano, en París. Habiendo sido testigo directo y activo del cambio, lo más que me atrevo a decirte es que esto tiene ventajas e inconvenientes. En unas cosas hemos avanzado y en otras hemos retrocedido. "¡No sé adonde vamos a llegar!", era una de las frases que más oía yo de niño. Imagínate lo que dirían ahora mi abuelo Natalio y mi abuela Bibiana si levantaran la cabeza.
Me parece que la pérdida de respeto a los mayores, la atomización de la familia, la desconexión entre las distintas generaciones y el exceso de individualismo son algunos de esos inconvenientes. Nunca debería romperse el diálogo entre abuelos y nietos.
Este trato afectuoso alegra la vida de los mayores y ayuda a formar la personalidad de los chicos. La ruptura abrupta del cordón de la tradición conduce a perder las referencias esenciales e ir a la deriva.
En algo no hemos cambiado mucho, a pesar de todo. Siguen siendo, por regla general, los hijos los que se ocupan de sus padres cuando son mayores y no pueden valerse por sí mismos, bien llevándoselos a su piso o bien trasladándolos a una residencia. Y son, con frecuencia, los abuelos en buen uso, cada vez más abundantes, los que se encargan de los nietos mientras los hijos trabajan. En mi pueblo, cuando enviudaban y no podían valerse por sí mismos, solían ir por meses de una casa a otra de los hijos, a veces de forma agradable y a veces no tanto. Ocurría con frecuencia que se congeniaba mejor con unos hijos que con otros, con lo que esta peregrinación obligada podía convertirse en un calvario. Por lo demás, la pensión era mísera y los cuidados sanitarios apenas existían.
El que no cojeaba, renqueaba, caminando con su cachaba por las calles sucias y mal empedradas, viendo ya, como dice Ortega, "la espalda de las cosas", mientras vosotros, los jóvenes, veis la cara de las mismas cosas. Por eso somos complementarios.
Es la única manera de tener una correcta visión de k vida que pasa: de lo que se va y de lo que llega. Seguramente lleva razón Rousseau: "La juventud es el momento de estudiar la sabiduría; la vejez, el de practicarla".
¡Cuánta sabiduría se pierde cuando a los mayores se les somete al silencio