Ismael Arnaiz Markaida
Socio de Hartu-emanak
Está muy asumido eso de que “las mujeres nunca se jubilan”. Se
refiere, naturalmente, a jubilarse de la atención a la familia y de las tareas
del hogar. No es mi intención polemizar sobre este tema, pero si tenemos en
cuenta las normas y consignas que, en los años de la dictadura, se daban desde la sección Femenina
de la Falange
Española y de las JONS para la preparación de las mujeres al
matrimonio, me permito asegurar que las mujeres sí se jubilan, y lo hace,
precisamente, cuando se quedan viudas. Así es que, para las mujeres, viudedad y
jubilación, va todo en el mismo paquete.
Para reforzar mi argumento, recuerdo a los
lectores algunas de aquellas normas: “ten
preparada una deliciosa comida para cuando él regrese del trabajo; Ofrécete a
quitarle los zapatos; Preocúpate por su comodidad; Minimiza cualquier ruido;
Salúdale con una cálida sonrisa; Nunca te quejes si llega tarde; Haz que se
sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo; No le pidas explicaciones;
Recuerda que él es el amo de la casa; Al final de la tarde limpia la casa....” .
Que conste que es copia literal y que hay mucho más.
Leído esto, no parece equivocado el afirmar
que para aquellas mujeres que recibieron y practicaron estas normas, la
verdadera jubilación les llegó, precisamente, cuando se quedaron viudas. O sea,
que las mujeres sí se jubilan.
Hecha esta reflexión me he acordado de una
anécdota que refuerza mi argumento. Os la cuento.
Estaba yo en un restaurante comiendo con un
grupo de amigos, de edades en torno a los 70 años, y en una mesa próxima estaba
un grupo de mujeres, de edad parecida, y aparentemente la mayoría de ellas
viudas.
Uno de mis amigos tiene la costumbre de
brindar al final de las comidas, y ese día también lo hizo. Se puso de pié,
copa en mano, y con gran solemnidad dijo: “Brindo
para que nuestras mujeres no se quedan viudas”.
Nada más terminado el brindis, se levantó una
de las mujeres que estaba en la otra mesa y, también copa en mano, con decisión
y fuerte voz, para que le oyera mi amigo, hizo el siguiente brindis: “Pues yo brindo para que mi difunto marido
esté en el Cielo, ya que yo, ahora, estoy en la Gloria”.
Quedó claro que aquella mujer era una de esas
a las que la jubilación les llega con la viudedad.
Pues eso, que se cumpla el brindis de la
mujer, y del de mi amigo que sea lo que Dios quiera.