Joaquín Merino
Escritor
y periodista
Ya hemos quedado hace tiempo en que existe una
inexorable edad biológica, marcada por los años, y una edad intelectual, subjetiva,
personal e intransferible, fruto más bien del ansia de vivir y la volición,
espoleadas ambas por una gotita de rebeldía. Este segundo tipo de edad puede
tener los años que le dé la gana a
su mente rectora, incluso cuando la edad biológica del cuerpo que la alberga
empieza a ser una rémora tan nefasta que no da para demasiadas alegrías, allá
arriba, en la azotea de ese cuerpecillo que se ha de tragar la tierra. Menos
mal que existen antídotos: piensen, por ejemplo, en Stephen Hawking, más
valetudinario que nadie independientemente de los años vividos. Ahí le tienen, báilenle,
investigando, estudiando, dedicándose a la docencia del Universo, sí, pero
también casándose, descasándose, reproduciéndose, disfrutando, no sólo de su
sapiencia, sino de su familia, que le quiere y le apoya: ¿acaso no es ésta una
vida "normal"?
Cuanto antecede, sin embargo, constituye una realidad
ya asumida por mis lectores y lectoras en anteriores homilías, sobre todo si
fueron "buenos" y "aplicados" y se aprendieron la lección.
Hoy quisiera hablar de otra clase de juventud que se suma con fuerza a las
categorías preexistentes: se trata de la juventud de cara, patrimonio, al
principio, de famosos y famosas, y que se ha propagado a la masa social más
pudiente. No lo critico, no me meto en el cómo, el cuándo o el por qué: sin
duda, la juventud del look requiere una voluntad tan poderosa como la
necesaria para conseguir una mente juvenil... y no pocas privaciones más. De
modo que ¡aupa!, mozos y mozas de caritas tersas, y mi más cordial enhorabuena:
¡la edad no es cosa de años!, ya lo decía yo. Lo que me está impulsando a
escribir hace tiempo acerca de tal fenómeno es la proliferación en la tele de
rostros familiares de toda la vida asombrosamente embellecidos, rejuvenecidos:
conocí y traté a Ana Rosa Quintana,'por ejemplo, hace 20 años, cuando era una
chica mona, lista, simpática sin más. ¿Sin más, me parece poco? No, no, es que
la redescubro ahora en un anuncio de cremas, o que sé yo, y está mucho más
joven, tersa, guapa, con un aura de espiritualidad para mí inédita.
Y... Sí, confieso, he visto también a la admirada y
admirable Isabel Preysler en el reportaje de ¡Hola!. Qué belleza, qué esbeltez,
qué alcurnia, qué juventud sin ira, y a mucha honra, a sus confesados 57 años.
Sus fotos primerizas no tienen nada que ver con este ser sobrenatural, y hasta
su marido Miguel Boyer, que me parecía achacoso en los lejanos tiempos de su
romance, ha adquirido un saludable look de joven cuarentón veintitantos años
después, milagro que alcanza al ex más famoso, Julio Iglesias, allá donde
esté... ¿Le mesmeriza Isabel también a él desde esta apartada orilla? No sé,
pero mola imaginarlo.