Sacramento
Pinazo Hernandis
V jornadas
Mitos y realidades
de las Personas Mayores
Bilbao, 22 al 24
de noviembre de 2005
Nuestra percepción
de las personas mayores tiene un carácter multidimensional. Existen muchas
maneras de envejecer y la idea negativa que se tiene de las personas mayores
como personas pasivas, inútiles e incapaces de ejercer responsabilidades no se
en ningún fundamento científico, al igual que ocurre con ciertas capacidades
intelectuales o sus habilidades de relación con los demás. La imagen actual de
las personas mayores, además, se construye sobre una confusión de mitos y
realidades; por ello, precisar qué es la vejez se convierte en una tarea
difícil.
La mayor parte de
los trabajos realizados sobre los estereotipos sociales resaltan la inexactitud
de la información que está contenida
en ellos ya que por su mediación se infieren idénticas cualidades a todos los
miembros del grupo, son homogeneizadores.
La imagen que tenemos
de las personas mayores tiene, además, una profunda carga de subjetividad pues
varía de tiempo en tiempo y de cultura en cultura. En suma, está ligada al
momento y al contexto en el que vivimos; no existe una concepción única de la
vejez sino que se trata de diferentes imágenes variadas y variables que
evolucionan y se modifican en función de los factores y creencias que manejamos
en su formación. La vejez, más que entenderse como un fenómeno biológico, debe
entenderse como un fenómeno social: la vejez es una construcción cultural
multidimensional. A lo largo de la historia la categoría ‘ancianos’ y sus
fronteras ha sido frecuentemente redefinida. En otras épocas –la gerontocracia
de la Grecia Clásica–,
o en otras sociedades –China–, alcanzar el grado de vejez significaba conseguir
el estatus máximo, gozando de un gran respeto, consideración y reconocimiento
de toda la comunidad. En
las sociedades industrializadas –debido al valor otorgado al trabajo, a la
productividad y al conocimiento de los avances tecnológicos–, las personas al
jubilarse pierden estatus y prestigio social. Esta situación no afecta
negativamente a la mayoría de ellas, pero asumir su condición de ‘personas
viejas’ les resulta difícil y tienden a rechazar cualquier etiqueta que pueda
estigmatizarles. Para ello, tratan en muchos casos de no identificarse y de no
ser identificadas como ancianas, a veces
evitando utilizar elementos simbólicos del lenguaje –la denominación de
‘viejos’–, en su aspecto físico –canas,
calvicie, arrugas, colores oscuros en sus vestidos–, o portar ciertos objetos
como el bastón.
Al hablar de
imagen social de la vejez nos estamos refiriendo tanto a las actitudes que
tienen los demás hacia las personas mayores (estereotipos, prejuicios, conducta
discriminatoria) como a la autoimagen.
Porque todas estas
imágenes están estrechamente relacionadas hasta el punto de llegar a ser
dependientes entre sí. Jose Luis Pinillos ha afirmado con respecto a la imagen
que las personas mayores tienen de sí mismos que: ‘Uno acaba por ser lo que
cree que es, y lo que cree que es depende muchas veces de lo que dicen que es,
de lo que los demás están diciendo que es’ (Pinillos et al., 1994). Las
personas mayores como grupo, víctimas de una discriminación que queda
legitimada por el estereotipo, internalizan estas imágenes, afectando así a su
autoestima y a su bienestar; o bien, elaboran otro tipo de defensas replegándose
sobre sí mismos, lo cual les puede conducir al aislamiento social y a la pasividad,
actuando como profecía autocumplida; o bien se vuelven inseguros, asumiendo el
rol que se espera de ellos, transformándose en ciudadanos pasivos; o incluso
pueden aferrarse al pasado como una manera de preservar sus valores intactos o
sus recuerdos de tiempos mejores.
Esta afirmación
señala la importancia que tiene para la persona mayor la imagen de la vejez que
la sociedad, de forma genérica, y las personas que le rodean, de forma particular,
proyectan sobre él. Pero además, la imagen social creada sobre la vejez tendrá
una influencia determinante sobre las actitudes y comportamientos de todos
aquellos que de una forma u otra van a trabajar atendiendo las necesidades de
los mayores, como es el caso de los gerontólogos, geriatras…: de cómo les
traten (como personas con mucha experiencia que transmitir y mucho que enseñar
o como carga social); o de cómo les hablen (como personas adultas que son o
como si fuesen niños a los que hay que hablar con habla infantil o habla
simplificada). A esta concepción negativa de la vejez, cuando va acompañada de
conductas discriminatorias hacia las personas mayores se le ha dado el nombre
de edadismo o viejismo (ageism), y se relaciona directamente con los juicios
negativos y la discriminación social hacia las personas mayores simplemente por
su edad (Sánchez, 2005). Algunos autores han equiparado este fenómeno, por su
importancia y frecuencia, con el racismo y el sexismo, una de las formas más
sutiles y eficaces de influir en la manera en la que se perciben los mayores a
sí mismos y en su percepción de lo que los otros esperan de ellos, independientemente
de sus propios deseos y necesidades. Todo esto provoca sufrimiento e
insatisfacción a muchas personas al coartarles oportunidades e iniciativas, pensando
algo así como: ‘Pero cómo se me ocurre, a un viejo como yo...’.
La imagen social
de las personas mayores no es un concepto inocente ni fortuito sino un concepto
clave del tratamiento que las personas y la propia sociedad dan a los ancianos,
de las políticas sociales diseñadas para los mayores, y del comportamiento y de
las expectativas que los ancianos tienen de sí mismos. Es necesario acercarse a
la realidad, analizar los
estereotipos negativos y los falsos mitos que se han creado sobre las personas
mayores, y conocerles más a fondo para ir modificando las actitudes y
comportamientos erróneos que se tienen hacia ellos.