Extracto de la ponencia de
Ramón Flecha García
en las I Jornadas de Hartu-emanak
4 al 6 de Noviembre de 2003
“Sensibilización para una acción social transformadora
de y con las personas mayores”
En la
sociedad industrial, las personas trabajaban para ganarse
la vida, pero, por lo general, desempeñaban ocupaciones que no les gustaban.
Además, en la mayoría de los casos, este trabajo estaba subordinado a otras
personas, de manera que eran ellas las que se llevaban los beneficios.
Cuando los
trabajadores y trabajadoras mostraban su desacuerdo con este orden social y
económico, los sectores dominantes hacían un análisis simplista para concluir
que lo que se estaba rechazando era el trabajo.
Se
consideraba también que todo lo que no fuese trabajo, algo que comportaba
beneficios a todo el conjunto de la sociedad, era ocio, una actividad orientada
hacia el propio bienestar individual y que no revertía positivamente en ningún
aspecto del global de la
sociedad. Durante los años 70, en Inglaterra incluso se daban
cursos a personas que se iban a jubilar en un plazo de dos o tres años para que
centraran su actividad futura en un hobby personal. Puesto que se creía que
iban a tener un gran vacío en su vida y que no podían aportar ya nada a la sociedad
mediante un trabajo subordinado, se pretendía que al menos estuvieran
entretenidos durante esa última época de sus vidas.
Hoy, junto
a ese trabajo subordinado heredado de la sociedad industrial, aparece un
trabajo creativo, que las personas desempeñamos porque nos apetece y así lo
queremos, y con el cual estamos aportando muchos beneficios a la sociedad. Cabe
señalar también que, frente a ese ocio como consumo individual característico
de la sociedad industrial, emerge también en nuestros días un ocio creativo,
mediante el cual también aportamos elementos indispensables para la mejora de
la calidad de la vida, no sólo la nuestra propia, sino la todo nuestro entorno
social.
En los
años 60 y 70, había muchas mujeres, amas de casa, que no desempeñaban ningún
trabajo asalariado fuera del hogar. Se las consideraba entonces como un sector
de la población totalmente improductivo. Sin embargo, surgió un movimiento de
mujeres que reivindicó la importancia de estas tareas que desempeñaban: cuidar
de los niños y niñas, hacer la comida, comprar, en fin, satisfacer las
necesidades de toda la
familia. Esto contribuyó a la dignificación de este trabajo,
para que trascendiera su utilidad social, e incluso se elaboraron estudios que
cuantificaron a escala mundial el tanto por ciento que representaban estas
tareas para la creación de riqueza.
En el caso
de las personas mayores, este proceso de dignificación y valoración
todavía está pendiente. Se sigue suponiendo que, una vez que las personas se
jubilan, todo lo que hacen es para su ocio individual, simplemente para su
diversión y su entretenimiento. Es evidente que esta consideración es
totalmente errónea, ya que las personas mayores muy frecuentemente hacen un
trabajo familiar, colaboran en la educación y en el cuidado de sus nietos, de
sus nietas o incluso de otras personas. Estas aportaciones, que ellos y ellas
hacen voluntaria y desinteresadamente, resultan fundamentales para nuestro
actual orden social. Además de ese trabajo familiar, las personas mayores
también realizan trabajos colectivos, es decir, allí donde hay una acción
colectiva, en un centro cultural o social, en una asociación de vecinos, es muy
frecuente que sean ellos y ellas los que asuman la gestión, organización e
implementación de tareas colectivas como la preparación de fiestas o diversas
actividades. También hay muchas personas mayores que realizan un trabajo
solidario, con gente desfavorecida, de otros países, o de la propia comunidad.
Estas personas están dedicando muchas horas de trabajo, no de ocio, ni siquiera
de ocio creativo, para la realización de todas esas tareas. Finalmente, muchas
de estas personas mayores realizan cada día más un trabajo de transformación.
No se
trata de un trabajo sólo orientado a la ayuda de los sectores más desfavorecidos,
con un carácter asistencial, sino un trabajo que tiene como resultado cambios y
transformaciones sociales y que aporta beneficios al conjunto de la sociedad. Contribuyen
así a que la sociedad sea más igualitaria, más libre, y también a que se
reconozcan las aportaciones que determinados colectivos están haciendo a esa
sociedad. Entre estos colectivos, el más dinámico que hay en Europa en estos
momentos, es, precisamente, el de las personas mayores.
Desgraciadamente,
no existen datos objetivos que permitan cuantificar en qué medida todas estas
tareas contribuyen al aumento de la riqueza de un pueblo, un país, una región o
todo el mundo. La sociedad debe saber, sin embargo, que las personas mayores,
jubiladas, no sólo están recibiendo unos recursos por el trabajo que hicieron
cuando los gobiernos las consideraban activas, sino que se están ocupando en
muchos casos de tareas que resultan cada vez más imprescindibles para que la
sociedad funcione y para que la sociedad mejore. En este sentido, las asociaciones
de participantes en educación de personas adultas o cualquier otro tipo de
organización o entidad donde las personas adultas desempeñen un papel
fundamental tienen una importante responsabilidad en la promoción de la
dignidad y el reconocimiento social de todos esos trabajos: familiar,
colectivo, solidario y transformador.
En esta
sociedad de la información, se
necesita un sueño social, un sueño social en el que se vea que las personas
mayores pueden aportar muchísimo a la cultura con su aprendizaje permanente.
Para algunos sectores, parece que cuando las personas mayores aprenden, lo
hacen sólo para sí mismas, como si ese aprendizaje no revertiera en su entorno
y en su sociedad, mientras que, si una persona de veinte años aprende medicina,
sí está realizando una contribución enorme a la sociedad. Esta
interpretación está gravemente teñida de prejuicios edistas que deben ser
erradicados. Para la construcción de ese sueño social, es necesario también que
se reconozca lo que ya en estos momentos están haciendo las personas mayores.
En este sentido, las acciones dialógicas (Habermas, 1987) son el mejor
instrumento para llevar a cabo ese sueño social. El diálogo colectivo,
igualitario e intergeneracional entre personas de toda condición es la mejor
vía para alcanzarlo. Que este diálogo encuentre espacios donde crecer para dar
frutos a toda la sociedad es tarea de todos y todas.