La grandeza
de Toledo no solo se puede medir por la belleza de sus calles o el sabor de sus
tradiciones, sino que solo hemos de sumergirnos
en su historia para comprobar que estamos ante una ciudad única. Muchos
son los asuntos que se han despachado en la capital castellano-manchega y
numerosas las leyendas que han llegado
hasta nuestros días.
El Pozo Amargo
En la calle
que lleva su nombre se encuentra el famoso Pozo Amargo, llamado así por los sucesos que al parecer acaecieron
allí en plena Edad Media. Cuenta la leyenda que el cristiano Fernando y la judía Raquel cayeron rendidos en los
brazos de Cupido. Sin embargo, sus diferencias religiosas impedían que ese amor
pudiera llegar a buen puerto, de modo que se encontraban a escondidas junto a
un pozo. Allí estaban seguros pues era una zona poco transitada.
Pero estaban equivocados, el padre de Raquel fue testigo de uno de esos
encuentros y entró en cólera. Ni corto ni perezoso sorprendió a los enamorados y clavó un puñal en la espalda de
Fernando, que muerto cayó al pozo.
Aquel suceso
destrozó a su amada, que cada noche iba a llorar a su antiguo amor. Y se dice
que tantas fueron las lágrimas que brotaron de sus ojos y cayeron al pozo que el agua se tornó amarga. De hecho, tal
fue la pena que una noche, creyendo escuchar a su amado desde el fondo, Raquel
se dejó caer, perdiendo también su vida.
Florinda la Cava
Esta leyenda
cuenta el porqué de la invasión árabe a
la Península Ibérica, aunque, como es evidente, las razones fueran otras
de índole militar, religioso y político. El caso es que Florinda era hija del Conde Don Julián, que decidió enviarla a Toledo
para que recibiera una buena educación.
Una vez allí,
a la muchacha, que destacaba por su gran hermosura, se le ocurrió bañarse a
orillas del río Tajo junto a otras doncellas, con la (mala) suerte de que rey Rodrigo, a la postre último
monarca visigodo, la vio. Enaltecido por la pasión, Rodrigo decidió que debía
poseer a Florinda y, claro está, la joven no pudo negarse (hay fuentes que
hablan de que ella le sedujo y otras de que fue violada). Este hecho llegó al
conocimiento de su padre, que ante tal afrenta, decidió vengar el deshonor de
Florinda ayudando a los musulmanes a
cruzar el Estrecho de Gibraltar para enfrentarse a las tropas de
Rodrigo.
El desenlace
fue la derrota visigoda en Guadalete
y la invasión de los territorios cristianos. Cabe añadir que la leyenda se hizo
popular y que Florinda fue conocida como
la Cava, que en árabe significa “mala mujer” o incluso “prostituta”.
El Cristo de la Calavera
Esta leyenda
también hace referencia a asuntos amatorios. Y es que no hay mejores argumentos
que los relacionados con el corazón. En esta ocasión, el de dos caballeros toledanos llamados Lope y
Alonso enamorados de la misma dama: doña Inés.
Tal y como se
hizo eco Gustavo Adolfo Bécquer
en sus Leyendas, cuando a la dama se le cayó un guante, ambos
pretendientes corrieron prestos a recogerlo. Lope y Alonso lo agarraron cada
uno por un lado y se negaron a soltarlo. El amor de Inés así lo merecía.
Entonces, el rey intervino y se lo devolvió a la dama. Sin embargo, los
caballeros no quedaron conformes y se citaron para batirse en duelo.
Buscaron el lugar
adecuado, en una calle cercana a la Plaza
de Zocodover y desenvainaron sus aceros. Pero quedaron sorprendidos
cuando en el momento en que chocaban sus espadas, la luz del candil se apagaba…
para volverse a encender poco después. Así ocurrió varias veces y entonces
comprendieron que se trataba de una
señal de Dios para frenar el duelo. Volviendo juntos pasaron junto al
balcón de Inés y se encontraron a un hombre descolgándose a escondidas desde el
mismo después de dedicarse algunas carantoñas. la dama estaba con otro
y entonces empezaron a reír a carcajadas.
Al día
siguiente, cuando partían hacia la batalla, Inés esperaba ver quién de los dos
había ganado, pero se encontró a Lope y
Alonso cabalgando juntos y soltando una nueva carcajada al pasar a su
lado.
La casa del diamantista
La cuarta
leyenda nos lleva a orillas del río tajo, a una casa habitada en el siglo XIX por un famoso orfebre llamado José
Navarro. Era tal su fama que Doña María Cristina de Nápoles, madre de la futura
reina Isabel II le encargó que
realizara la más bella corona real para su hija.
Debía estar
preparada para el día de coronación, pero al orfebre no se le ocurría ningún
diseño sobresaliente. No estaba satisfecho con sus ideas y el tiempo se le
echaba encima. Un día, agotado por el cansancio, se quedó dormido en su estudio
y al despertar se encontró con el
boceto de una preciosa corona.
¿Cómo había
ocurrido aquello? Ante la belleza de la misma, se puso a crearla, tallando
piedras preciosas y moldeando sus formas. El día se acercaba y no paraba
de trabajar. Tanto era así que cada noche caía rendido y se dormía en su taller
y al despertar se encontraba con la labor acabada. Así que un día decidió
fingir que dormía y cuál fue su sorpresa cuando presenció cómo pequeños duendes ataviados de ropajes con
múltiples colores salían del río y se ponían a trabajar en la corona. A
la mañana siguiente, la corona estuvo terminada y no hubo ninguna más bella.
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