domingo, 2 de febrero de 2014

La última Bastilla. De cómo luchar contra la discriminación de los Mayores


Extractado de la ponencia de
D. Enrique Gil Calvo[1]
en el Seminario–Taller Hartu-emanak Abril de 2004,
El empoderamiento y la participación social
Una llamada desde las personas mayores a la sociedad
Como el título elegido podría llamar a engaño, parece conveniente comenzar por su pronta aclaración. Siendo la Toma de la Bastilla el rótulo histórico que se usa para identificar aquella violenta insurrección popular que determinó el triunfo definitivo de la Revolución Francesa, utilizar a la Bastilla como símbolo del empoderamiento de las personas mayores podría significar para la generalidad del gran público una de estas dos posibilidades, si es que no ambas a la vez. Puede entenderse, por un lado, que para lograr la emancipación de los mayores hace falta una revolución violenta, quizá protagonizada activamente por los propios mayores, y de la que muy difícilmente podrían resultar victoriosos, dada su evidente inferioridad en la vigente correlación de fuerzas que les enfrenta a las demás edades de adultos y en parte de jóvenes que hoy monopolizan el poder dominante en la sociedad. Pero también podría simbolizar, por otra parte, que la de los mayores fuera la última gran revolución que quedaría todavía pendiente, como si ya hubieran triunfado con éxito completo las demás revoluciones emancipatorias protagonizadas por el resto de sujetos históricos oprimidos: la clase obrera, las mujeres, las poblaciones periféricas explotadas por el colonialismo occidental, etc.
Bien, pues nada de eso. Es verdad que hace falta lograr la emancipación de los mayores, hoy discriminados y excluidos en función de su edad; y que si esto se consiguiera con éxito, sin duda representaría un cambio social de tal magnitud que deberíamos llamarlo revolucionario. Ahora bien, de ahí no se deduce que tal revolución tuviera que ser violenta. Antes al contrario, dado que toda revolución causa una injusta cosecha de víctimas, destacando entre éstas la gran proporción de mayores a quienes se hace víctimas de graves daños tanto en sus vidas como en sus bienes y haciendas; y dado también que las revoluciones violentas son protagonizadas por los jóvenes más fuertes que se suben al carro para apoderarse de ella; de todo ello se deduce que ninguna revolución violenta podrá liberar ni emancipar a las personas mayores. O sea que sólo podrá ser una revolución metafórica y figurada en el sentido de que ha de cursar de forma pacífica y radicalmente no violenta, que es el único modo de lograr que su protagonismo no sea expropiado por las edades más fuertes sino que sea ejercido con prioridad por las personas mayores y conducido además bajo su propio liderazgo. De no ser así, no habría verdadero empoderamiento de los mayores, empoderamiento que tampoco puede consistir en la toma violenta o revolucionaria del poder, como si hubiera que regresar a una imposible gerontocracia perdida y afortunadamente abolida para siempre, sino que ha de consistir en la asunción progresiva y por procedimientos escrupulosamente pacíficos y democráticos de lo que metafóricamente cabe llamar poder gris: abolición de la discriminación de las personas mayores y adquisición colectiva de la capacidad para adueñarse en común de su propio destino soberano.
Y por la otra parte, tampoco pretendo sugerir que la emancipación de los mayores sea la única causa de liberación que queda pendiente: ni tan siquiera la principal, seguramente. Por el contrario, además de las personas mayores, existen muchos otros colectivos sociales que necesitan ser primero liberados, luego emancipados y finalmente empoderados. En nuestro primer mundo del Norte, están las otras cuatro categorías que, junto con los mayores, constituyen las cinco emes (5M) a emancipar: menores (jóvenes socialmente excluidos), mujeres (segregadas y discriminadas), minorías (étnicas, religiosas, culturales o sexuales) y migrantes (expulsados de sus países de origen por causas políticas, sociales, culturales o económicas). Y además está toda la mayoría de la humanidad actual, residente en ese Sur empobrecido que con su océano de miseria y sumisión forzosas rodea nuestro archipiélago de riqueza y libertad. Pero con esto tampoco quiero decir que estas otras causas de liberación pendiente tengan prioridad sobre la causa de nuestros mayores. Al contrario, lo que sugiero es que tales causas son todas ellas tan legítimas como la de los mayores, y que por lo tanto podrían coordinarse entre sí de tal modo que formasen coaliciones de empoderamiento para que la liberación de cada colectivo fuese condición de posibilidad de la liberación de los demás.
Pero entonces, si no aludo a la toma revolucionaria del poder ni tampoco a la relegación de los mayores como último colectivo a emancipar, ¿por qué recurro a la metáfora de ‘la última bastilla’? Sobre todo, mi intención es aludir a la conveniencia, si es que no a la necesidad, de que toda persona se sienta moralmente obligada, cuando llega a la etapa final de su vida, a resistirse a la exclusión social de la que va a ser objeto, intentando sobreponerse a ella para tratar de conquistar y mantener contra viento y marea la mayor capacidad de autonomía personal y colectiva, como participante en la activa movilización de sus grupos de coetáneos. Se trata de tomar una Bastilla porque hay que luchar contra la discriminación y conquistar el derecho a ejercer la propia soberanía. Y se trata de una Bastilla última porque es la que se deja necesariamente pendiente para el final de la vida, una vez tomadas las demás Bastillas previas que se fueron asaltando en fases sucesivas a lo largo del itinerario biográfico de lucha por la vida. Pues, contra la tentación del retiro pasivo todavía dominante, cuando se acerca el final de la vida queda una última tarea pendiente a realizar de forma intransferible, que es envejecer con autoridad, respeto ajeno y propio orgullo, para de esa forma poder morir más tarde con dignidad.


[1] Catedrático de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

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