domingo, 18 de marzo de 2018

Los estereotipos de las personas mayores y del envejecimiento



Sacramento Pinazo Hernandis
V jornadas
Mitos y realidades de las Personas Mayores
Bilbao, 22 al 24 de noviembre de 2005

Nuestra percepción de las personas mayores tiene un carácter multidimensional. Existen muchas maneras de envejecer y la idea negativa que se tiene de las personas mayores como personas pasivas, inútiles e incapaces de ejercer responsabilidades no se en ningún fundamento científico, al igual que ocurre con ciertas capacidades intelectuales o sus habilidades de relación con los demás. La imagen actual de las personas mayores, además, se construye sobre una confusión de mitos y realidades; por ello, precisar qué es la vejez se convierte en una tarea difícil.
La mayor parte de los trabajos realizados sobre los estereotipos sociales resaltan la inexactitud de la información que está contenida en ellos ya que por su mediación se infieren idénticas cualidades a todos los miembros del grupo, son homogeneizadores.
La imagen que tenemos de las personas mayores tiene, además, una profunda carga de subjetividad pues varía de tiempo en tiempo y de cultura en cultura. En suma, está ligada al momento y al contexto en el que vivimos; no existe una concepción única de la vejez sino que se trata de diferentes imágenes variadas y variables que evolucionan y se modifican en función de los factores y creencias que manejamos en su formación. La vejez, más que entenderse como un fenómeno biológico, debe entenderse como un fenómeno social: la vejez es una construcción cultural multidimensional. A lo largo de la historia la categoría ‘ancianos’ y sus fronteras ha sido frecuentemente redefinida. En otras épocas –la gerontocracia de la Grecia Clásica–, o en otras sociedades –China–, alcanzar el grado de vejez significaba conseguir el estatus máximo, gozando de un gran respeto, consideración y reconocimiento de toda la comunidad. En las sociedades industrializadas –debido al valor otorgado al trabajo, a la productividad y al conocimiento de los avances tecnológicos–, las personas al jubilarse pierden estatus y prestigio social. Esta situación no afecta negativamente a la mayoría de ellas, pero asumir su condición de ‘personas viejas’ les resulta difícil y tienden a rechazar cualquier etiqueta que pueda estigmatizarles. Para ello, tratan en muchos casos de no identificarse y de no ser identificadas como ancianas, a veces evitando utilizar elementos simbólicos del lenguaje –la denominación de ‘viejos’–, en su aspecto físico –canas, calvicie, arrugas, colores oscuros en sus vestidos–, o portar ciertos objetos como el bastón.
Al hablar de imagen social de la vejez nos estamos refiriendo tanto a las actitudes que tienen los demás hacia las personas mayores (estereotipos, prejuicios, conducta discriminatoria) como a la autoimagen.
Porque todas estas imágenes están estrechamente relacionadas hasta el punto de llegar a ser dependientes entre sí. Jose Luis Pinillos ha afirmado con respecto a la imagen que las personas mayores tienen de sí mismos que: ‘Uno acaba por ser lo que cree que es, y lo que cree que es depende muchas veces de lo que dicen que es, de lo que los demás están diciendo que es’ (Pinillos et al., 1994). Las personas mayores como grupo, víctimas de una discriminación que queda legitimada por el estereotipo, internalizan estas imágenes, afectando así a su autoestima y a su bienestar; o bien, elaboran otro tipo de defensas replegándose sobre sí mismos, lo cual les puede conducir al aislamiento social y a la pasividad, actuando como profecía autocumplida; o bien se vuelven inseguros, asumiendo el rol que se espera de ellos, transformándose en ciudadanos pasivos; o incluso pueden aferrarse al pasado como una manera de preservar sus valores intactos o sus recuerdos de tiempos mejores.
Esta afirmación señala la importancia que tiene para la persona mayor la imagen de la vejez que la sociedad, de forma genérica, y las personas que le rodean, de forma particular, proyectan sobre él. Pero además, la imagen social creada sobre la vejez tendrá una influencia determinante sobre las actitudes y comportamientos de todos aquellos que de una forma u otra van a trabajar atendiendo las necesidades de los mayores, como es el caso de los gerontólogos, geriatras…: de cómo les traten (como personas con mucha experiencia que transmitir y mucho que enseñar o como carga social); o de cómo les hablen (como personas adultas que son o como si fuesen niños a los que hay que hablar con habla infantil o habla simplificada). A esta concepción negativa de la vejez, cuando va acompañada de conductas discriminatorias hacia las personas mayores se le ha dado el nombre de edadismo o viejismo (ageism), y se relaciona directamente con los juicios negativos y la discriminación social hacia las personas mayores simplemente por su edad (Sánchez, 2005). Algunos autores han equiparado este fenómeno, por su importancia y frecuencia, con el racismo y el sexismo, una de las formas más sutiles y eficaces de influir en la manera en la que se perciben los mayores a sí mismos y en su percepción de lo que los otros esperan de ellos, independientemente de sus propios deseos y necesidades. Todo esto provoca sufrimiento e insatisfacción a muchas personas al coartarles oportunidades e iniciativas, pensando algo así como: ‘Pero cómo se me ocurre, a un viejo como yo...’.
La imagen social de las personas mayores no es un concepto inocente ni fortuito sino un concepto clave del tratamiento que las personas y la propia sociedad dan a los ancianos, de las políticas sociales diseñadas para los mayores, y del comportamiento y de las expectativas que los ancianos tienen de sí mismos. Es necesario acercarse a la realidad, analizar los estereotipos negativos y los falsos mitos que se han creado sobre las personas mayores, y conocerles más a fondo para ir modificando las actitudes y comportamientos erróneos que se tienen hacia ellos.

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