Mª del Pilar Castro Blanco
X. Jornadas Hartu-Emanak
La autonomía personal y la dependencia
en el proceso del
envejecimiento
Podemos sentir soledad independientemente de cuál sea
nuestra edad, pero la vivencia de esta experiencia no es igual en todos los
momentos de nuestra vida. En la medida en la que tenemos más años es más
probable que:
·
Vivamos
una soledad impuesta por las circunstancias, que una soledad elegida.
·
Nuestra
soledad se deba a causas duraderas, que es difícil que cambien (fallecimiento
de personas allegadas, problemas de salud, jubilación…).
·
Se
vayan reduciendo nuestras relaciones de amistad, que son las más libres y
recíprocas, hasta el punto de que nuestro entorno de relaciones pueda quedar
reducido a algunos familiares y las personas que nos cuidan, lo que implica una
pérdida no sólo cuantitativa sino también cualitativa de relaciones.
..… recordaremos que estos tres aspectos (soledad impuesta,
soledad duradera y pérdida de cantidad y calidad de las relaciones) eran los
más importantes para entender por qué nos sentimos solos en algunas
circunstancias. Parece, por tanto, que a medida que envejecemos es más probable
que los tres se den a la vez, produciendo un sentimiento de soledad más profundo
que en etapas anteriores de la
vida. Si además a ello sumamos la creencia, frecuente como
hemos visto, de que no se puede hacer nada para evitar la soledad ya que nos
viene dada con la edad, nos encontraremos con un sentimiento duradero.
¿Es la soledad un problema grave?
Aunque se reconoce que el sentimiento de soledad es una
experiencia desagradable, que puede hacer que la persona se sienta triste,
vacía, nerviosa, angustiada, no querida e incluso enfadada con quienes están
cerca, con frecuencia se piensa que sus consecuencias no van más allá de su
malestar. Ciertamente, a diferencia de otras experiencias, como la depresión,
la soledad apenas produce síntomas que podamos observar desde fuera y que nos
puedan hacer adivinar que la persona la siente. De hecho, no hay forma de saber que una
persona se siente sola si ella misma no nos lo revela. Esta falta de síntomas
externos hace que muchas personas piensen que no es un problema grave.
Sin embargo, numerosos estudios nos indican que el
sentimiento de soledad mantenido en el tiempo puede ser perjudicial para
nuestra salud, tanto física como mental (Heinrich y Gullone, 2006).
Concretamente, se ha relacionado la soledad con un peor funcionamiento del
sistema inmunitario (Kiecolt-Glaser et al., 1984; Pressman et al., 2005), mayor
incidencia de problemas cardiacos (Whisman, 2010), tensión arterial más elevada
(Hawkley et al. 2010), mayor uso de los servicios médicos (Cheng, 1992), peor
calidad de sueño (Cacioppo, Hawkley, Berntson, et al., 2002; Pressman et al.,
2005), mayor riesgo de depresión (Cacioppo et al., 2006; Heikkinen &
Kauppinen, 2004), deterioro cognitivo (Wilson et al., 2007), problemas de
alcoholismo (Akerlind & Hornquist, 1992), etc.
Estos datos deben servirnos para tomar conciencia de la
relevancia que puede tener el sentimiento de soledad, no para alarmarnos, sino
para valorar la importancia de su prevención y tratar de evitar que sea una
experiencia que se mantenga en nuestra vida. No olvidemos que los estudios
citados indican que las consecuencias negativas pueden aparecer sobre todo cuando la soledad nos “acompaña”
durante mucho tiempo.
Para
evitar la soledad
….el primer paso para aliviar nuestra soledad es no
rendirse ante ella. Esto se traduce en que no esperemos que el problema se
solucione por sí sólo, o que lo hagan los demás, sino que tomemos una actitud
activa y de esfuerzo por buscar formas de aliviarlo.
Una vez hayamos asumido que parte de la solución está en
nosotros mismos, será útil hacer todo lo posible por establecer nuevas relaciones
y mejorar las que tengamos. En este sentido puede ayudarnos que recordemos
que las relaciones son un círculo, de tal manera que en gran medida recibimos
de los demás lo que les damos. Quien sonríe es más probable que reciba
sonrisas; quien grita será contestado con gritos; quien escucha suele encontrar
con más facilidad un hombro en el que llorar; quien llama a otras personas por
su cumpleaños suele recibir más llamadas el día del suyo… Aún sabiendo que lo
que damos y recibimos en las relaciones no es una cuestión matemática y que a
veces no recibimos en la medida en la que damos, para aliviar la soledad puede
ser útil guiarse de la premisa “dar a los demás lo que quiero recibir”.
También es importante que hagamos esfuerzos por ampliar y
cultivar nuestros intereses, de tal manera que nuestra conversación resulte
agradable y podamos participar en diferentes ámbitos y relaciones. Estar al día
de distintos temas, tener varios puntos de vista sobre las cuestiones,
interesarse y tratar de aprender más sobre lo que les gusta a otras personas…
nos ayudará a resultar más interesantes, a tener relaciones más satisfactorias
y a disfrutar más de la vida en general. Por el contrario, centrar nuestra atención únicamente en nuestros padecimientos
y puntos de vista hará que nuestras relaciones se empobrezcan y no nos ayudará
a salir de la soledad.
Cuando
por las circunstancias que sean nos encontramos sin relaciones, sin personas con
la que estar, puede ser conveniente hacer el esfuerzo de participar en
actividades grupales. Cuando se comparte una actividad es mucho más fácil entablar
conversaciones, inicialmente sobre ese interés compartido, que nos ayuden a
acercarnos a otras personas y, quizás, a descubrir con el tiempo puntos de
afinidad con algunas de ellas. Claro está que al esfuerzo de la participación
en la actividad habrá que sumarle el de la disposición a abrirse y a aplicar
las premisas de los párrafos anteriores.
Muchas
personas han encontrado alivio a la soledad comprometiéndose en proyectos de
ayuda a otras personas. Ésta es una manera de estar con otras que además, con
frecuencia, ayuda a relativizar las propias dificultades, favorece el
sentimiento de utilidad y suele procurar un importante grado de satisfacción.
Otro aspecto que puede ser necesario
para aliviar nuestra soledad es solicitar ayuda. A veces, uno mismo no
ve qué puede hacer para salir de su situación y necesita que alguien le indique
el camino; en estas circunstancias, recurrir a un o una profesional de la
psicología puede ser de gran apoyo. En otras ocasiones, nuestra soledad tiene
mucho que ver con nuestras circunstancias de vida (enfermedad, barreras
arquitectónicas que nos dificultan la salida al exterior…) y es importante que
demos el paso de pedir ayuda. Por suerte, actualmente contamos con varias
organizaciones de voluntariado dispuesto a acompañarnos especialmente en esos
momentos, pero que no podrán adivinar nuestra necesidad si no la manifestamos.
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