domingo, 11 de mayo de 2014

Qué es la soledad



Mª del Pilar Castro Blanco
X. Jornadas Hartu-Emanak
La autonomía personal y la dependencia
en el proceso del envejecimiento
Cuando hablamos de la soledad, lo primero que viene a la cabeza de muchas personas es la idea de estar solo o sola, de no tener a nadie al lado. La soledad entendida así es una realidad de dos caras, una positiva y otra negativa. Por un lado, todas las personas pasamos tiempo a solas todos los días, e incluso en ocasiones la buscamos cuando necesitamos pensar o queremos descansar; de esta forma, la soledad es muchas veces una experiencia que nos resulta agradable e incluso deseable. Por otro lado, también es cierto que hay circunstancias y momentos en los que, precisamente la falta de compañía, nos causa tristeza y malestar.
Sin embargo, hay otra forma de entender la soledad, no como estar, sino como sentir. Puede gustarnos más o menos estar solos o solas pero a nadie le gusta sentirse solo; el sentimiento de soledad es siempre una experiencia desagradable, incómoda y dolorosa que, curiosamente, puede darse incluso cuando estamos en compañía.
Por ello, para comprender y afrontar la soledad es importante que caigamos en la cuenta de que el verdadero problema no es tanto que las personas estemos solas, ya que esta vivencia puede resultarnos incluso positiva, sino que nos sintamos solas, independientemente de que tengamos o no compañía.
Por lo tanto, si es posible sentirse bien sin tener a nadie al lado y sentirse solo estando acompañado, cabe preguntarse ¿de qué depende que en una situación determinada sintamos o no soledad? La investigación realizada por la psicología en los últimos 40 años nos ha indicado que hay muchos factores que pueden influir y que tres son los más importantes:
·             Nuestros deseos y necesidades de relación. Cuando las personas queremos estar solas y lo conseguimos no nos sentimos mal; el sentimiento de soledad aparece cuando querríamos estar con otras y no lo logramos o no tenemos con quién estar. Por ejemplo, no es lo mismo quedarnos un día de casa porque nos apetece que porque no tenemos con quien salir, ni vivir en soledad porque lo hemos decidido que obligados por las circunstancias. Dicho de otra forma, cuando vivimos una soledad impuesta la sentimos con mucha más intensidad que cuando nuestra soledad es buscada. No es malo estar solo; lo malo es estarlo y no desearlo.
·             La calidad de nuestras relaciones. Estar junto a otras personas no nos protege automáticamente contra el sentimiento de soledad, ya que éste no depende sólo del número de relaciones que tengamos sino también, y en mayor medida, de la calidad de esas relaciones. Por ello, no nos sirve de mucho tener compañía si no tenemos confian­za suficiente como para poder expresar nuestras opiniones y preocupacio­nes, si sentimos que se nos rechaza, si no se nos escucha o se nos valora, si la relación no es como querríamos, si no congeniamos…. De hecho, el sentimiento de soledad más duro es el que se produce estando en compañía, ya que parece caprichoso y sin causa para las personas que están alrededor, e incluso para uno mismo. A veces nos cuesta entender que en la ciudad, con tanta gente alrededor, podamos sentirnos más solas que en una pueblo de pocos habitantes, que una persona casada se queje de soledad, o que una anciana nos diga que se siente más sola en la residencia que cuando vivía sin compañía en su piso de toda la vida; la clave está en la calidad de las relaciones.
·             Duración de la soledad. Es más, mucho más, fácil disfrutar de una situación de soledad cuando sabemos que es algo pasajero y que tras un tiempo volveremos a tener compañía, que cuando presumimos que nuestra soledad será duradera. No es lo mismo, estar solo en casa porque el resto de la familia ha salido unos días de viaje, que porque hemos enviudado y no tenemos hijos. No es lo mismo “tener un rato de soledad que soledad para rato”, como señalan Medina y Cembranos (1996): un rato de soledad puede resultarnos agradable mientras que la que se mantiene en el tiempo tiende a producir sentimientos más intensos.
Estos tres factores nos ayudan a entender que el sentimiento de soledad es algo muy personal y que, ante circunstancias aparentemente similares, haya personas que se sienten bien mientras que otras padecen una dolorosa soledad. Así, podemos ver que una persona vive sola o acompañada pero, si no sabemos si lo hace por decisión propia o no o cómo son las relaciones con quienes convive, no podremos valorar su sentimiento de soledad.
Para cerrar este apartado, puede ser útil recordar la definición de la soledad más extendida y utilizada por quienes han estudiado esta experiencia humana: es el sentimiento que se produce cuando una persona no está satisfecha con sus relaciones sociales porque son menores en cantidad o peores en calidad de lo que desearía (Peplau y Perlman, 1982). Es decir, nos sentiremos solos o solas cuando las relaciones de las que disponemos no se adecuen, por número y/o calidad, a las que deseamos o necesitamos.

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