domingo, 12 de enero de 2014

Qué sentido tienen las personas mayores dentro de la sociedad de la información


Ramón Flecha García[1]
I Jornadas Hartu-Emanak
Sensibilización para una acción social
transformadora de y con las personas mayores
Noviembre de 2003
Se pretende reivindicar el papel que tienen las personas mayores en la sociedad actual desde el análisis de sus potencialidades.
Introducción
Hemos crecido y nos hemos socializado en un modelo de sociedad, la sociedad industrial, que ya no existe. En este nuevo marco social, nos encontramos hoy ante el reto y el sueño de transformarnos y al mismo tiempo que nos transformamos, transformar también la propia sociedad. Dentro de esta nueva sociedad de la información, uno de los retos que se nos plantean, no sólo para dar sentido a nuestra participación social y a nuestro aprendizaje permanente, sino también para que las demás personas que no son mayores entiendan todo esto, es superar las discriminaciones que a veces aparecen por razón de edad.
Inteligencia cultural
En la sociedad industrial se consideraba que nuestra capacidad para aprender iba aumentando progresivamente desde que nacíamos hasta los dieciocho o veinte años y que luego nuestra inteligencia iba decreciendo con la edad. Era entonces muy frecuente escuchar frases como las siguientes en boca de personas de sesenta u ochenta años: “es que ahora ya no me funciona la cabeza como antes”, “a mi edad, ¿qué voy yo a aprender ya?” o “si hubiera aprendido eso de pequeño o de pequeña...”. De esa forma, estas personas estaban reflejando, en sus vidas cotidianas y en su concepto de si mismas, lo que el falso conocimiento científico de la época decía sobre nuestra inteligencia. Incluso se elaboraron curvas mostrando e intentando justificar esta tendencia decreciente de la inteligencia con los años. Estos gráficos se enseñaban después a los y las profesionales que trabajaban con las personas adultas, de manera que también ellos y ellas se convencían de que las personas, a los diez años o quince años, teníamos más capacidad de aprender que en la edad adulta. Entre los autores que desarrollaron estos estudios y teorías, según los cuales la inteligencia parecía que sólo evolucionaba en la infancia y en la adolescencia, cabe destacar a Piaget (Inhelder y Piaget, 1955) y Wechsler (1973).
Por suerte, ya hace muchos años que diferentes investigaciones han demostrado que las personas no seguimos este proceso (Vygostki 1979; Luria 1980; Cattel, 1971; Cole y Scribner, 1977; Gardner, 1983). Al contrario, si participamos en una actividad social adecuada que nos reporte interacciones positivas tanto en lo social como en lo educativo, nuestra capacidad de aprendizaje aumenta a lo largo de toda la vida. Por lo tanto, desde el estudio científico actual de la inteligencia, no se puede decir que a los sesenta u ochenta años las personas tengan menos capacidad de aprender que la que tenían a los diez o a los veinte. Otra cosa es que no estén motivados o motivadas para aprender las mismas cosas o, sobre todo, que no estén motivados o motivadas para aprenderlas de la misma manera.
En este sentido, actualmente podemos acudir a multitud de autores, autoras y grupos de investigación cuyos trabajos sustentan la noción de inteligencia cultural, que ha sido desarrollada por CREA (1995-1998). Este concepto supone un enorme paso adelante respecto a las perspectivas de Piaget o Wechsler, que solamente completaban la dimensión académica de la inteligencia, puesto que incluye tanto las habilidades adquiridas en contextos académicos como las adquiridas en la práctica cotidiana de las personas. De este modo, la inteligencia depende de muchos elementos diferentes. En primer lugar, depende de lo que hemos aprendido en cursos diversos, ya no sólo dentro del sistema educativo formal, sino en cursos de formación ocupacional u orientados en cualquier otra dirección. En segundo lugar, depende de lo que hemos aprendido a través de nuestra práctica diaria, en un centro de trabajo, cuidando de las necesidades familiares, tratando los problemas de salud de la familia u otras cuestiones semejantes. Ocupándonos de nuestro día a día hemos aprendido cosas que no se aprenden en cursos y cuyo bagaje va aumentando a medida que nos hacemos mayores. En tercer lugar, la inteligencia depende de lo que aprendemos cada día hablando con los y las demás. Por ejemplo, mediante la participación en diferentes asociaciones o en colectivos, establecemos interacciones con otras personas, hablamos y aprendemos. Estos procesos generan también enormes posibilidades para el aprendizaje.
Como consecuencia de todo ello, el caudal de conocimientos y de capacidad de aprender que tenemos a los sesenta u ochenta años es muy superior al que podíamos tener a los diez o a los veinte, cuando tenemos mucha menos experiencia. Prácticas como las tertulias literarias dialógicas, que se están desarrollando en el País Vasco y también en otros lugares de España y el mundo, son una clara muestra de esa capacidad de aprendizaje. En ellas, aunque también toman parte personas de todas las edades, la mayor parte de participantes son personas mayores que en muchos casos tuvieron que dejar la escuela o ni siquiera pudieron acudir en su día y que hoy están leyendo, discutiendo y comentando libros de García Lorca, Safo de Lesbos, James Joyce, Cervantes... Autores que incluso en la misma universidad ni los estudiantes ni el profesorado acostumbramos ya a leer. Es decir, que personas que antes se consideraba que no tenían tanta capacidad de aprendizaje están hoy leyendo obras que resultan demasiado difíciles para quienes se supone que tienen más capacidad intelectual, que además por lo general son más jóvenes, y que están en la universidad.
El desarrollo de esta experiencia se construye precisamente sobre la base del diálogo. Sólo comentando en grupo lo que cada persona lee en un libro, se promueve el establecimiento de relaciones entre la ficción y la propia vida, con todo el caudal de conocimientos que las personas desarrollamos a lo largo de ella. De esta manera, se logra un aprendizaje de mayor nivel que el que se podría lograr a veces con personas de diez o de quince años.


[1] Catedrático de Sociología y Director de CREA (Centro de Investigación Educativa y Social) de la Universidad de Barcelona, miembro de la Red Democrática de Educación de Personas Adultas

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