¡Cuidémonos!
Editado en el Blog de CJ Cristianisme i Justícia,
Centro de Estudios para
la reflexión social y teológica
Un porcentaje significativo de las
consultas de una médica de familia tienen que ver con la crisis del cuidar:
personas con malestares o dolencias leves que encontrándose mal, se sienten
necesitadas de los cuidados de los que no disponen al hacerse patente su
fragilidad y su contingencia; hombre y mujeres que no tienen a quién contar su
ruptura sentimental, o con quién compartir su dificultad para manejar una
crisis vital o de pareja, o el dolor por el fallecimiento de un ser querido, o
la sobrecarga que soportan con la dependencia de un familiar. A los
trabajadores sanitarios en principio nos gusta cuidar, pero esta crisis de los
cuidados afecta también de lleno a nuestras profesiones, deslumbrados como estamos
por el poder y la comodidad de la tecnología, frente a la implicación personal.
Cuidar es escuchar, preguntar,
tratar con ternura, sonreír, hacer partícipe de alegrías y penas, lavar, dar de
comer, llevar a pasear, llamar, visitar, reconocer el sufrimiento, acogerlo,
ayudar a dimensionarlo, acompañarlo, tocar, estar, acariciar, callar,
permanecer, abrazar, besar, respetar los ritmos, irse en el momento adecuado.
Ninguna de estas cosas requiere formación ni el uso de tecnología avanzada.
Muchas de estas acciones sólo las puede realizar alguien afectivamente cercano.
Además resultan más gratificantes y terapéuticas si se hacen desde el afecto
gratuito. Necesitamos cuidados cuando sufrimos, pero también en lo cotidiano.
De ahí que mucho dolor del cuerpo y del alma venga de la falta de cuidados.
A cuidar se aprende cuidando y
siendo cuidado, requisitos al alcance de todos, salvo dolorosas excepciones.
Sin embargo de cuidar saben infinitamente más las mujeres, no porque tengan
unas cualidades genéticas especiales, sino porque lo ponen en práctica a
diario.
Cuidar no está de moda; los trabajos
de cuidado están invisibilizados o menospreciados social y salarialmente; las ayudas a la dependencia, el
único reconocimiento para quienes (casi siempre mujeres) cargan sobre sus
espaldas el trato digno de los que no valen o ya no pueden a los ojos de esta
sociedad, han sido arrasadas por unas políticas en las que las personas no son
el bien fundamental a conservar y cuidar con inversión sino un gasto a
minimizar.
Al neoliberalismo y a la
posmodernidad los cuidados sólo le interesan como negocio o como paliativo de
lo disfuncional. El culto al yo y el hiperconsumo que promueven nos hacen
olvidar nuestra interdependencia. Cada uno puede y debe bastarse y, cuando no,
ahí está el mercado. Pagar (directamente o por impuestos) por ser cuidados, a
la vez que nos “ahorra” la “deuda” por lo recibido gratuitamente, nos impide el
aprendizaje de “cómo hacerlo” sin ser profesional y nos desresponsabiliza del
cuidado de otros.
Todos necesitamos que nos cuiden.
Pero no tendremos alternativa al cuidado por contrato y el cuidador (muy
frecuentemente mujer) nunca podrá ser cuidado si no ponemos en marcha el
engranaje de los cuidados mutuos.
Cuidar no es glamuroso, nos conecta
con nuestras miserias y nuestra vulnerabilidad. Cuidar puede tener efectos
secundarios, nos gasta, puede conmovernos, puede comprometernos, puede
transformarnos. Pero sin cuidados el
mundo se deshumaniza y el ser humano pierde dignidad.
Y finalmente, para cuidar hace falta
tiempo, el tiempo que no tenemos. Quizá es hora de dejar de hacer para poder
hacer. ¡Cuidémonos!
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