José Ramón Diez Collado
Miembro del Observatorio del
Mayor de Navarra
Publicado en EM noviembre 2009
Un modo de expresarse de la gente es el diálogo, es
decir, la conversación mediante la cual dos o más personas se intercambian
información y se comunican pensamientos, sentimientos y deseos. Tiene dos
variedades: el diálogo oral y el escrito. El oral es más espontáneo y
expresivo, pues entre los interlocutores que conversan intervienen gestos,
entonaciones y actitudes; no obstante, en él hay que guardar ciertas normas,
como respetar al que habla, escuchar antes de responder, pensar en lo que dicen
los demás y admitir las opiniones de los otros. El escrito es mucho menos
espontáneo y expresivo, pero sí un modo de dialogar con menos errores al tener
más tiempo para pensar y corregir. Sin embargo, las dos maneras presentan el
mismo objetivo: intercambiar información y comunicar pensamientos, sentimientos
y deseos en un clima de respeto.
Cuando de contextos formales se trata, tenemos el
diálogo social, esto es, aquel que se da entre representantes gubernamentales o
institucionales y organizaciones ciudadanas
para tratar políticas económicas, sociales…de interés común. Su validez y
eficacia requiere de ciertas condiciones, como la presencia de organizaciones
ciudadanas independientes con
capacidad técnica y acceso a la información necesaria, o la voluntad
gubernamental de dialogar, o el compromiso político sincero.
En la familia, contexto más informal, aunque no
menos importante como vamos a ver, con más frecuencia de lo deseado ocurre que
se pretende en exceso el diálogo, o éste brilla por su ausencia. A veces se
intentan crear ambientes de diálogo con los hijos y para ello se trata de
verbalizarlo todo, lo cual es una actitud errónea que con facilidad lleva a los
padres a convertirse en interrogadores y sermoneadores, y a que los hijos no
escuchen o huyan con evasivas; es un proceder de no diálogo que lleva al
distanciamiento entre generaciones al confundirse la comunicación con la
enseñanza y, el diálogo con el monólogo, cuando dialogar es también escuchar.
En otras ocasiones ni siquiera se plantea la conversación porque hay
incapacidad de comunicarse.
En ambas situaciones extremas no hay diálogo,
carencia que con el tiempo acarreará consecuencias negativas para las personas,
las familias y los grupos sociales. Es una anomalía, inicialmente de
distanciamiento de los padres hacia sus hijos, que provoca después en éstos, cuando
son adultos, el alejamiento sin diálogo de sus progenitores. También como
derivación, sistemáticamente se marginará a los mayores de las interlocuciones
que traten de las cuestiones que les afectan, pues por experiencia no se les
considera válidos para representar ese papel.
La familia es el referente fundamental para
aprender a dialogar, capacidad que siempre deriva en actitudes positivas, como
la disposición a cooperar en las políticas sociales representando a los grupos
vulnerables necesitados de ayuda, con independencia, información y actitud
crítica positiva. Al margen de la cuestión mencionada antes de la voluntad
gubernamental de dialogar y el compromiso político sincero, aquí cabe
plantearse la pregunta: ¿presenta la tercera edad el apoyo de gente con estos
rasgos para participar en el diálogo social?
Desde el Observatorio del Mayor de Navarra vemos
que son imprescindibles organizaciones de mayores que participen eficazmente en
los proyectos sociales y en la puesta en marcha de programas de atención a la
tercera edad (asistencia, centros de ocio, sensibilización acerca de los
problemas del mayor, atención, etcétera); organizaciones con capacidad para
gestionar proyectos, movilizar recursos, llevar a cabo las acciones
planeadas... y que sean interlocutores válidos del agente institucional más
fuerte del sector terciario: el gobierno local. En definitiva, y en esta línea,
es necesario crear consejos del mayor propios que participen en el diálogo
social con las administraciones de su ámbito regional y que sean el cauce de la
reivindicación de nuestros derechos.
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