Solidaridad
intergeneracional
y cohesión social
publicación
de Hartu emanak
Desde mediados de la
década de los noventa (del siglo pasado), Naciones Unidas viene formulando la
necesidad de construir una “sociedad para todas las edades”, y son
muchas las opiniones que consideran que si aumentamos y organizamos de modo
adecuado las oportunidades que las personas de una generación pueden tener para
relacionarse con personas de otras generaciones, se puede conseguir que un mayor
número de esas personas decidan aprovechar la ocasión y practicar más la
interacción intergeneracional.
Asumida esta opinión, es
fácil considerar que cuantas más relaciones entre las generaciones se
produzcan, más cerca estaremos de eliminar alguna de las barreras que impiden,
hoy por hoy, que nuestras sociedades sean realmente “para todas las edades”.
En una encuesta realizada
por el Observatorio de Mayores del INSERSO, se vio, entre otros aspectos
relacionados con las actividades desarrolladas por las personas mayores, que el
estar con niños o con jóvenes tan sólo era la décima actividad más frecuente de
las personas mayores encuestadas.
Este dato nos plantea una
pregunta: ¿el contacto entre generaciones no es mayor porque no se ofrecen más
oportunidades para ello o porque las oportunidades existentes no son
suficientemente atractivas?
Profundizando más en el
tema, nos podemos preguntar: ¿es posible pensar en implantar una “sociedad
para todas las edades” en la que cada persona, como individuo tenga sus
derechos garantizados pero, a la vez, no tenga facilidades para mantener
relaciones cotidianas con otras
personas de distintas edades? ¿nos conformamos con estar bien, o de lo
que se trata es de poder estar bien juntos?
Con el fin de dar
respuestas adecuadas a estas preguntas, en la II Asamblea Mundial
sobre el Envejecimiento celebrada en Madrid en 2002, se reconoció que “es
necesario fortalecer la solidaridad entre las generaciones y las asociaciones
intergeneracionales, teniendo presente las necesidades particulares de los más
mayores y los más jóvenes, y alentar las relaciones solidarias entre
generaciones”. Y una forma de conseguirlo, también según Naciones Unidas, “es
apoyando las actividades tradicionales y no tradicionales de asistencia mutua
intergeneracional dentro de la familia, la vecindad y la comunidad, aplicando
una clara perspectiva de género”.
El distanciamiento y el
enfrentamiento entre las distintas generaciones está en el origen de los
Programas Intergeneracionales (en adelante PI), que comenzaron a desarrollarse
en Estados Unidos hace cuatro décadas. Hasta la fecha, estos programas han
demostrado, dentro y fuera de Norteamérica, que pueden ayudar a eliminar, o al
menos a disminuir, las barreras que dificultan el contacto y las relaciones intergeneracionales,
y facilitar el objetivo marcado por Naciones Unidas: “construir una sociedad
para todas las edades”. Ahora bien, como defiende Generations United,
organización que promueve y defiende los PI en Estados Unidos, éstos no deben
ser algo bonito sino algo necesario y efectivo. Incluso se puede
decir más: deben ser algo diseñado, programado y desarrollado, con la
participación de personas de distintas generaciones, para su beneficio mutuo y
del conjunto de la sociedad.
De todo lo anterior se desprende
que el fin último de los PI, es la construcción de una sociedad para todas
las edades, propuesta por Naciones Unidas no sólo como un concepto, sino
también como un ideal, una meta y el argumento principal de la Segunda Asamblea Mundial
sobre el Envejecimiento celebrada en Madrid en 2002.